Aún estaba fresca en la memoria lo sucedido a la yudoca Yalennis Castillo, cuando en la instalación destinada a las competencias de lucha grecorromana y libre de los Juegos Olímpicos de Beijing, apareció el pinareño Mijaín López.

Mijaín fue el abanderado de la delegación cubana y desde que partió de Cuba días atrás, siempre estuvo confiado en discutir la medalla de oro contra cualquiera de los oponentes que tuviera delante.

La ocasión se pintaba especial, luego de ganar con relativa facilidad en las rondas eliminatorias, y le tocó hacer lo suyo contra el fuerte gladiador ruso Hassan Baroev en los dos tiempos reglamentarios de la división de 120 kilogramos.

Antes doblegó en este orden al belarús Siarhei Arsoukhin, al armenio Yuri Patrikeev y al sueco Jaimer Sjober.

Ahora no existió tampoco la menor posibilidad de una injusticia y, a base de tenacidad y derroche de coraje, Mijaín tomó temprana ventaja en el primer tiempo y liquidó las acciones en el segundo.

Baroev resultó en todo momento el rival esperado en un combate de envergadura, pero nunca opuso la resistencia esperada frente a la combatividad del antillano, salvo la búsqueda desesperada de aplicar su fortaleza.

En definitiva, el triunfo del cubano fue merecido de principio a fin, dando lugar a una verdadera conmoción de júbilo entre los miembros de la delegación presentes y porqué no, en los cientos de miles que en casa disfrutaron la victoria en horas de la madrugada.

Las notas de himno patrio resonaron en el recinto y con toda seguridad podría anticiparlas como el preludio de otros títulos en las venideras presentaciones, especialmente en el campo y la pista y el boxeo.