“El
compañero Montané y yo estábamos recostados
contra un tronco, hablando de nuestro respectivos hijos;
comíamos la magra ración, medio chorizo y dos
galletas, cuando sonó un disparo; una diferencia de
segundos solamente y un huracán de balas, o al menos
eso pareció a nuestro angustiado espíritu durante
aquella prueba de fuego, se cernía sobre el grupo
de 82 hombres.”
Así describió el Che lo que estaba haciendo en Alegría
de Pío cuando el 5 de diciembre de 1956 las fuerzas de la dictadura batistiana
atacaron por sorpresa a los integrantes del Ejército Rebelde, a los pocos
días de haberse realizado el desembarco de los expedicionarios
del Granma
El Che y Jesús Montané se habían conocido en México
cuando un grupo de revolucionarios cubanos se preparaban para retornar a su tierra
natal y así darle continuidad a la lucha de liberación nacional.
Jesús Montané narró la impresión que sintió cuando
comenzó a relacionarse con el Che en la capital mexicana.
“Como es sabido, él estaba en los campamentos, en las tareas de
entrenamiento, y yo me hallaba en México, ocupándome del frente
de finanzas. Des esa época si recuerdo la ocasión en que lo conocí.
Fue a pocos meses de nuestra llegada, y el Che, al que todavía, claro
está, nadie llamaba por ese nombre, preparó un asado argentino,
al cual estábamos invitados los compañeros Fidel, Raúl,
Calixto García y otros de los primeros expedicionarios que habíamos
llegado a México. Pero cuando comencé a valorar las cualidades
del Che fue en la travesía del Granma. La expedición tuvo que salir
precipitadamente, ya que nos habían ocupado importantes cantidades de
armas, y esto, al parecer, tomó desprevenido al Che,
que no pudo acopiar las medicinas para controlar sus ataques
de asma.
Durante aquellos días padeció un asma atroz, y nos llamó la
atención el estoicismo y el espíritu de sacrificio con que soportó los
sufrimientos. Nadie le oyó una sola queda. Únicamente gracias a
que el compañero Faustino Pérez tuvo la precaución de llevar
consigo algunas inyecciones de adrenalina, se pudo aliviar en algo aquellas violentas
crisis que sufrió.
Esto se reprodujo posteriormente en la Sierra. He tenido referencias
de compañeros
que estuvieron cerca de él, y narran como a veces, a pesar de tener un
fuerte ataque de asma, no permitía que la marcha se detuviera por su culpa,
y en ocasiones eran los propios combatientes los que se detenían
con uno u otro pretexto, para obligarlo a descansar.
El Che era así. Alguien que no lo conociera a fondo, podía pensar
a primera vista que era un hombre de carácter duro, impenetrable. Pero
detrás de esa coraza había un ser humano muy sensible, muy sencillo,
y extremadamente puro. Era un hombre que se hacía querer por sus virtudes,
y ya se sabe como lo idolatraban los combatientes que luchaban con él
y todos sus compañeros de Revolución. Era muy exigente consigo
mismo, y quizá por eso, mientras más allegado le resultaba alguien,
mientras más afecto le tenía, más exigente y duro era con él.
Pero en el fondo lo hacía con mucho cariño, muy didácticamente,
muy pedagógicamente. Le explicaba a cada compañero los errores
cometidos y sabía tocar las fibras del honor y la conciencia del Revolucionario.
Puede decirse que fue un verdadero formador de hombres y cuadros. Tenía
una gran sensibilidad humana y un corazón tremendo; el corazón
de un verdadero comunista”. |