El día más feliz de mi niñez
Teresa Valenzuela
Periodista de Radio Rebelde
La Habana, Cuba.- Aún no tenía los diez años cumplidos cuando triunfó la Revolución el primero de enero de 1959, sin embargo, fue suficiente la edad para percibir la felicidad de la gente y la cuerda locura que los embriagó a todos al conocer de la huída del tirano Batista.
Los carros sonaban las bocinas una y otra vez y las personas sin conocerse se abrazaban y lloraban en las calles y daban vivas a Fidel Castro y los barbudos como se les llamó al principio a los rebeldes que bajaban de las montañas.
Sin embargo, a la alegría le antecedieron días muy duros para las familias cubanas: el terror, que impusieron en el país la policía en las ciudades y la guardia rural en el campo, amenazaba la vida de padres e hijos inocentes que podían ser torturados hasta la muerte, de ahí que el solo hecho de escuchar las sirenas de las temidas perseguidoras como se les decía a sus carros causaba miedo.
En mi humilde hogar se respiraba un ambiente revolucionario; también se escuchaba bajito a Radio Rebelde que trasmitía la verdad de la situación nacional desde la Sierra Maestra, y se mencionaba a Fidel como la única esperanza para salir de aquella opresión que mutilaba a la Patria con el asesinato de miles de sus hijos, además del robo y la corrupción que caracterizaba a la Isla en aquellos años.
Recuerdo que el 31 de diciembre de 1958 estábamos de luto por la situación que se vivía; no cenamos y nos acostamos temprano, aún despierta escuché a mi padre decir: "qué bueno sería que mañana al despertar nos dieran la noticia de que Batista se fue", sin saber que su utopía sería certeza al día siguiente.
El primero de enero de 1959 el alboroto comenzó temprano; en la casa brincamos de felicidad al saber la novedad que al principio no creíamos: Batista huyó; luego comenzaron a llegar los amigos que, como nosotros, abrazaban la Revolución: uno de ellos me alzó en sus brazos y dio vueltas y más vueltas mientras gritaba con euforia: Viva Cuba, viva Fidel, viva el 26.
A partir de ese momento, dejé de tener preocupaciones que no eran propias de una niña; los rebeldes me regalaban a mí y al resto de los niños cubanos una realidad de colores para que creciéramos felices y llenos de ilusiones.
Así comenzó en Cuba un tiempo diferente, donde estudiar y trabajar dejaban de ser sueños para convertirse en realidades cotidianas; sin exagerar creo que aquel primero de enero fue el día más feliz de mi niñez.
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