La Habana, Cuba.- Tuvieron que grabarlo con hierro candente en todos sus registros secretos y públicos, sin poder evitar que el fuego les quemara las entrañas cada vez más hondo, y en su sistema de odio se vieron obligados a cargar el nombre del cual más querían desprenderse: Fidel Castro Ruz.
Durante cincuenta años Estados Unidos ha empleado todos los métodos posibles para derrotar a la Revolución cubana, ha sido un imperio más cruel que el español y que cualquier otro en el tiempo y el espacio.
Atentados, asesinatos, sabotajes, intentos de magnicidio, montaje de decenas de organizaciones y bandas contrarrevolucionarias, agresiones directas, amenazas, cerco económico y diplomático, guerra biológica, campaña de mentiras para tratar de desprestigiar lo más puro de la Historia latinoamericana y caribeña después de la primera independencia.
Todo fracasó, todo se rompe frente al muro de principios de Cuba en esa frontera insular norteña con los anglosajones. Cada acción injusta recibe una réplica revolucionaria, de ideas de justicia, de capacidad de resistencia proporcionada por la pureza de ideales.
Maniobras y ataques recibieron, desde el Primero de Enero de 1959, sus respectivas respuestas. En materia moral, Washington ha resultado el punching bag de la fuerza expansiva del socialismo y su influencia inderrotable en el continente.
A partir del triunfo de la Revolución, cada año transcurrido fue un golpe a la hegemonía imperial. Cincuenta golpes demoledores de la Historia, observados por los pueblos latinoamericanos con admiración y solidaridad con la lucha de resistencia de los cubanos, a quienes veían capaces de soportar todas las agresiones con firmeza e incluso debilitar al más poderoso de los enemigos de la humanidad.
Diez presidentes se fueron sucediendo en la Casa Blanca, obsesionados con la búsqueda de una fórmula para derrotar a Cuba. Uno a uno transmigró al basurero político mientras crecía la influencia de Cuba, poco a poco, con un Fidel Castro bombardeando conceptos revolucionarios sin contestación posible.
Al medio siglo de Revolución, lo que podríamos llamar la apoteosis latinoamericana y caribeña de la batalla de las ideas en el continente se produjo —con las cuatro cumbres efectuadas en Salvador de Bahía y el ingreso de Cuba en el Grupo de Río— en unas pocas horas.
Fue la condena unánime, vigorosa y tajante de todos los del sur del río Bravo al bloqueo norteamericano, la proposición de crear la Unión de Estados Latinoamericanos y Caribeños sin elementos septentrionales extraños, la lucha por la integración verdadera. La OEA nauseabunda, el Ministerio de Colonias de EE.UU., comenzó a hundirse, a naufragar.
Todos son golpes de la historia al imperio, igual que lo son, en este inicio de 2009: el triunfo de los principios de la solidaridad, comprobados en el éxito de la Operación Milagro, la declaración de Bolivia como tercer país libre de analfabetismo en América Latina, el ofrecimiento de Evo Morales a Paraguay a aplicar el método Yo sí puedo para convertirlo en la cuarta nación sin analfabetos, mayores graduaciones de médicos educados en principios ajenos al lucro, el éxito del ALBA.
A los cincuenta años, Cuba da parte de lo que necesita para sí: médicos, maestros, entrenadores deportivos, artistas, experiencias científicas.
Y son más derrotas para los que han querido hundirla, poseerla en su infructuosa lujuria imperial.
Washington debería de aprender. Cada año la Revolución cubana le ha propinado un golpe de la Historia, y la Historia le asestará aún otros 50 fracasos, porque no deben olvidar que ¡esta Isla no la tendrán nunca!