«Para mí ser padre siempre ha sido un sueño. No por gusto estudié magisterio, maestro primario. Yo me sentía padre de esos niños, pero quería tener hijos propios y por eso decidí, de conjunto con mi pareja, dar este paso en mi vida. Y a estos niños que tengo ahora los amo» .
—¿Estabas loco por ser papá?
«Estaba loco por ser padre».
Él mismo lo ha dicho. Leonel del Valle Monteagudo siempre quiso ser padre. En ese empeño de fe y de vida, lo apoyó siempre Yanier Quintero, su pareja desde hace más de cinco años.
«Fue todo muy rápido. Una hermosa casualidad», nos dijo este joven villaclareño, quien hizo hasta lo imposible para contener fuertes emociones en sus pupilas.
«Los niños son hermanos de una niña que estudiaba en la escuela de la cual yo era director. Un día, la madre se acerca a nosotros, nos dice que tenía cuatro hijos y ya no podía con la crianza de todos. Le preguntamos si nos quería dar los pequeños en adopción, y dijo que sí, que sería una ayuda para ella, porque la situación estaba muy difícil y ya no podía tener a su cargo los cuatro niños. Fue cuando comenzamos todo el proceso legal y ella nos dio, ante el notario, la guarda y cuidado de los niños», explica Leonel.

«Legalmente nosotros somos responsables de esos niños» .
—Supongo que, a partir de ese momento les cambió la vida y la dinámica en la casa.
«Por supuesto que la vida cambia, ya no éramos dos, sino cuatro. Ya dejamos de ser nosotros para hacer todo por ellos, como hacen los padres, que dejan de vivir ellos… Podría parecer difícil, por la situación económica que estamos viviendo, pero sin duda, en lo emocional, en lo sentimental, fue algo trascendental para nosotros la adopción de estos dos niños. Llegaron para alegrar nuestra vida».
«La niña se llama Samara y el niño, Manuel. Para nosotros es Samy y Mamu, mi negrita o mi negrito, como cariñosamente siempre les digo. Samara tiene tres años, recién cumplidos en el mes de marzo, y Manuel tiene cuatro años, que los cumplió en el mes de octubre. Los hemos llevado a la playa, al zoológico, al Coppelia y ellos han disfrutado muchísimo.
—¿Y cómo te sientes?
«Es lo mejor que me ha pasado en la vida.
—El hecho de que los niños también crezcan en el hogar de dos maestros de profesión, directores de escuelas, gente humilde, responsable, eso es algo bien bonito…
«Por supuesto que sí, siempre tratamos de darles un buen ejemplo a los niños. Los enseñamos a compartir lo que tienen con los demás, a respetar a las personas. Yo me siento bendecido, porque mi familia ha aceptado a los niños como si fuesen mis hijos biológicos, la familia de mi pareja también» .


—Teniendo en cuenta algunos prejuicios sociales. ¿Sientes miedo de que en algún momento los niños sean víctimas del bullying por tener dos padres que son pareja?
«Yo he pensado eso muchas veces. Aunque tengo que decir que los estoy enseñando a que no tengan miedo a nada. La sociedad, aunque uno no lo crea, ha ido avanzando, por lo menos en la comunidad donde vivimos nos han acogido muy bien. Hubo un tiempo en que todo el mundo que nos veía por la calle nos miraba y muchas personas se acercaban y nos felicitaban por haber hecho eso. Lo más importante es educarlos en el amor, el respeto a los demás, a la diversidad. Que aprendan a aceptar a las demás personas como sean, sin que medien criterios discriminatorios».
—Leonel, ¿cuándo los niños les dijeron papá por primera vez?
«Nació de ellos decirnos padres. Eso fue una tarde, cuando estaban conversando entre ellos, jugando, se viraron para nosotros y dijeron, «Mira, papá y papá». Entonces nos empezaron a llamar así, y hasta la fecha de hoy nosotros somos sus papás. Eso no hay quién lo cambie. Ellos saben identificar, papá a Leonel y papá a Yanier», asegura, mientras se hace evidente el brillo en su rostro.
—¿Cómo logras organizar la vida entre tantas responsabilidades, como delegado de base, diputado al Parlamento cubano, profesor, director de una escuela hasta hace unos días, junto con las labores en la casa y la atención a los niños? ¿Cómo conciliar todo ese tiempo?
«Al principio era difícil, luego, se convirtió en un día normal como el de cualquier otra familia. Te levantas en la mañana, preparas a los niños para el círculo, vas para tu trabajo, los recoges en la tarde, puedo ser yo o el otro padre. El fin de semana duermen un poquito hasta las diez de la mañana, les gusta mucho. Pero cuando se levantan, tienen su desayuno preparado, el agua para bañarse…, los dejamos jugar con sus amiguitos. Luego, almuerzan, duermen el mediodía, es un día normal como cualquier otro, enfatiza.

—¿Te sientes orgulloso como padre?
«Creo que sí. Cada día doy lo mejor de mí. Y ellos me lo agradecen en ese beso que me dan, cuando se acercan y me dicen «te quiero, papá», en ese abrazo… Por lo tanto yo creo que sí, me siento orgulloso, nada satisfecho, porque siempre como padre, uno quiere lo mejor para sus hijos, quiere más para ellos, pero hasta el momento, me siento bastante orgulloso».
—¿Estás feliz?
«Soy feliz. Soy feliz gracias a ellos. Ellos llegaron a cambiar mi vida y para bien».

Leonel del Valle Monteagudo, el joven humilde de la comunidad del Polipalo, a las afueras de la ciudad de Santa Clara, el delegado, el diputado, el maestro, también agradece a Cuba por ayudar a cumplir su sueño, por hacerlo feliz.
«Yo ahora mismo te puedo decir que yo no me imagino mi vida sin esos dos niños. Yo no me lo imagino. A mí me puede faltar cualquier cosa, menos ellos».
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