Al igual que muchos discuten sobre pelota, el Deporte Nacional, no somos pocos los que en cualquier reunión de amigos, discutimos sobre cine.
En esta ocasión, uno de los participantes comentó casi con los ojos en blanco: ¨Yo quisiera haber asistido al nacimiento del cine¨. El silencio inundó el lugar; pero otro cinéfilo le contestó: ¨Eso está bien, aunque debes pensar que te hubieras perdido las películas de Spielberg, a quién tanto admiras¨.
Así se desató la polémica, unos a favor del primero y otros apoyando al segundo ¨contrincante¨.
Y ahora yo recuerdo una anécdota en la que estuve presente.
Corrían los años 80 del pasado siglo, cuando el cine La Rampa exhibía un ciclo que abarcaba la filmografía del genial Buster Keaton. Ese día se presentaba El maquinista de La General (1926).
Mientras esperaba el comienzo de la función observé a unos alegres jóvenes que con total despreocupación ocupaban sus butacas.
¨Seguramente es de guerra¨, decía uno de ellos. ¨Ay, pero tiene que tener algo de amor, si no es así no me va a gustar¨, comentó una chica del grupo.
Los que conocemos algo sobre el Séptimo Arte sabemos que este filme tiene de todo eso y mucho más, es una verdadera joya.
Aquellos muchachos despistados la pasaron de maravilla, aunque al descubrir que se trataba de una cinta silente, casi abandonan la sala.
Pero yo les dije en un susurro: ¨No se vayan, quédense y no se arrepentirán¨.
Al finalizar el metraje, me dieron las gracias.