Existe ya un consenso bastante generalizado acerca de la importancia de la historia para el mejoramiento de las sociedades y sus integrantes. Conocerla da fortaleza, ignorarla nos hace débiles y más propensos al error.
Un proyecto social como el de Cuba que pretende desafiar poderes hegemónicos existentes hoy en el planeta tiene en su propia historia nacional las claves para explicar su devenir más inmediato, y por qué no, posiblemente para garantizar su futuro.
La historia, sin embargo, es de una fragilidad increíble. Dice un viejo refrán que la escriben los vencedores, pero los riesgos que conlleva su debilitamiento o pérdida quizás son incluso mayores que las manipulaciones burdas con la intención de justificar o impactar en el presente, comenta para Haciendo Radio, el periodista Francisco Rodríguez Cruz.
No por gusto una de las principales maneras de dominar a un pueblo consiste en diluir, esquematizar, hacerle olvidar su historia. También hay variantes más sutiles que tratan de embellecer o edulcorar los momentos históricos difíciles, sustraer o quitarles relevancia a las oscuridades y matices de los procesos sociales anteriores, entre otras muchas formas de convertir la historia en otra mercancía apta para el consumo.
Por supuesto que la historia también genera sus propias defensas. Son como los anticuerpos de la conciencia social, que laten en la memoria de sus protagonistas y herederos más cercanos, en las tradiciones culturales, en las prácticas y saberes colectivos de las grandes mayorías.
La historia no admite que la fuercen ni necesita que la retoquen. Mientras más nos acerquemos a ella en toda su riqueza y complejidad, sin miradas maniqueas ni revisiones complacientes, más fuerza podemos hallar en ella para las tareas y los problemas de la contemporaneidad.
No es cuestión de sermonear sobre las glorias y heroicidades pasadas. Ni de sacralizar experiencias o personajes históricos. El asunto es que la gente sienta que lo mejor de la obra de las generaciones anteriores es parte de su presente, y que es factible superar lo que tal vez no fue posible alcanzar en épocas precedentes.
Juzgar el pasado a partir de los conocimientos y aprendizajes actuales puede también entrañar el peligro de cometer injusticias, cuando no tenemos en cuenta los contextos y las circunstancias específicas de cada coyuntura histórica.
Tenemos en Cuba el privilegio de una historia muy intensa, en un lapso de tiempo relativamente breve de poco más de dos siglos, desde que comenzara a fraguar nuestra nacionalidad. Tuvimos siempre personalidades ejemplares, que no perfectas; y sobre todo, procesos populares que condujeron al avance continuo de causas justas, en medio de colosales obstáculos y enemigos externos e internos.
Esa es la historia que debemos cada día tener presente. No hay que traerla del brazo, ella viene sola, si la estudiamos, trasmitimos con transparencia, originalidad y pasión; y somos consecuentes con su legado en nuestras acciones cotidianas. La historia así, estará siempre con nosotros.
(Fuente: Haciendo Radio)