Nos cuenta Oscar Luis López en su libro La Radio en Cuba que antes de la llegada de la televisión a la isla en los inicios de los años 50, los empresarios de la radio de entonces debieron frenar la fuerza de convocatoria y la expansión de este singular y gustado medio de comunicación.
Valiéndose de todos los recursos para que la radio no se hiciera de nuevos espacios dentro de la publicidad, en vez de destruirla, la apadrinaron, o dicho en forma más exacta: la pusieron a funcionar en beneficio de sus propios intereses.
Entonces, surgieron unas fórmulas de pago llamadas “igualas” que consistían en que una cadena radial, un gran anunciante, o alguna agencia publicitaria, pagaba una cantidad de dinero mensualmente para asegurar el favoritismo de determinado periodista hacia los programas de las emisoras y sus artistas.
Las tarifas a pagar eran flexibles, algunos que se hacían llamar “periodistas profesionales”, ofrecían sus servicios a favor de quien pagara más por no menos de cien pesos mensuales en aquella época.
Y como en la prensa existía la vieja costumbre de publicar pequeñas notas de propaganda de espectáculos, llamadas “gacetillas”, muchos cronistas radiales justificaron las mismas alegando que el pago de la iguala respondía a las informaciones sobre programas, pero ello no significaba el compromiso de elogiarlos.
Sin embargo, se dio el caso de que, en muchas de esas crónicas aparecía un comentario afirmando que un programa determinado era deficiente, o que determinado artista cualquiera era mediocre.
Pero el colmo era que pulgadas más abajo en la propia publicación se podía leer otro párrafo firmado por la propia emisora donde se leía que aquel era el mejor programa de la actualidad, o que el artista era el mejor del mundo.
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