Realengo 18, una zona apartada de la geografía cubana en la serranía guantanamera en el oriente del país, constituye un ejemplo del desamparo y abandono de que era objeto el campesinado cubano antes del triunfo de la Revolución en 1959.
También fue una muestra de la valentía de hombres y mujeres que eligieron luchar con las armas hasta las últimas consecuencias antes que someterse al yugo de los opresores.
Tierras que sirvieron de asentamientos a campesinos pobres, ex esclavos y en el siglo XIX a mambises y sus familiares, en 1934 fue escenario de la lucha de los campesinos contra los intentos de desalojo de las compañías latifundistas, apoyadas por el ejército dirigido por el entonces Coronel Fulgencio Batista.
Población hambrienta, sin educación ni médicos y olvidados por los gobiernos de turno, el asentamiento de Realengo 18 estaba conformado por pequeñas fincas de campesinos en alrededor de 500 caballerías.
La zona incluía tupidos montes de árboles de madera preciosa sobre los cuales latifundistas nacionales asociados a compañías norteñas pusieron sus ojos para explotar la riqueza forestal y sembrar grandes extensiones de caña que serían molidas en los centrales en manos de los estadounidenses en la región.
Para cumplir con esos planes era necesario desalojar a centenares de familias del Realengo 18 y parecía que en noviembre del 34 estaban dadas las condiciones para que el capital foráneo lograra esos propósitos con el apoyo de los tribunales de la época, el gobierno y la Guardia Rural que había cercado la región.
Pero ante la arremetida se levantaron los campesinos de la zona, guiados por un líder natural, Lino Álvarez, teniente del Ejército Libertador de las tropas de José Maceo, quien llevó la protesta al ámbito nacional cuando al frente de 400 jinetes se presentó en la ciudad de Guantánamo para divulgar su causa que recibió el apoyo material y político del Partido Comunista.
El periodista Pablo de la Torriente Brau visitó el Realengo 18 y describió al líder campesino como “un negro de pequeña estatura, pero bien musculoso, fuerte, ojos silenciosos y profundamente oscuros.
“Habla con lentitud, como el hombre que no le gusta rectificar. Y nunca ha estudiado. Una compañía yanqui le ofreció quince mil pesos y 15 caballerías de tierra para que abandonara la lucha. Pero él siguió combatiéndola. Tres tiros le han dado ya y no lo han matado”-afirmaba-.
Este recóndito lugar sería solo recordado por esa singularidad histórica, si en 1934 no hubiera sido escenario de la primera gran conquista del movimiento campesino armado contra los intentos de desalojo de las compañías latifundistas, apoyados por el ejército dirigido por el entonces Coronel Fulgencio Batista.
En 1934 el ejército era el poder real que ostentaba Fulgencio Batista por medio de un títere, el presidente Carlos Mendieta, después de frustrar la Revolución del 1933 contra la dictadura machadista, gracias a su capacidad para el engaño y la traición que le permitió emerger en la convulsa situación de sargento cabecilla de un movimiento castrense a jefe del ejército, con la bendición de los intereses norteamericanos.
En varias ocasiones los campesinos armados con viejas escopetas y machetes evitaron la entrada al lugar de los enviados de los terratenientes para instalarse en una trocha en la zona a la que llegaron siempre acompañados de la Guardia Rural, mientras los tribunales negaban su derecho de propiedad.
Durante los momentos más tensos, Batista desde La Habana declaró: “La trocha se hará, cueste lo que cueste” y Lino replicó: “Tierra o sangre” y centenares de serranos se aprestaron a cumplir con esa consigna de su líder con el propósito de que “mientras haya un montuno no sigue la trocha”.
Ese año desgobernaba en Cuba el régimen Caffery-Batista-Mendieta, la tristemente célebre triada integrada por el embajador yanqui, el ambicioso sargento devenido coronel y el politiquero títere.
Una compañía azucarera intentó despojar de sus propiedades a los montunos que habitaban el Realengo 18, e inició el 3 de agosto de ese año la construcción de una trocha, primer paso en su plan de desalojo. Ciento sesenta montunos pararon los trabajos y otros 400, a caballo, bajaron hasta la ciudad de Guantánamo en son de protesta.
Poco más de un mes después se apareció un ingeniero que trajo una escolta de guardias rurales. Esta vez fue Lino Álvarez, a la cabeza de 800 serranos, quien le salió al paso cuando los soldados, al recibir refuerzos, intentaron continuar la trocha, los serranos sumaron miles, armados con escopetas y machetes. “Mientras haya un montuno no sigue la trocha”, sentenció Lino.
Batista movió más soldados con ametralladoras hacia la zona y les dio un plazo a los serranos para entregar las armas y rendirse. Pero estos persistieron en su consigna. El primer Partido Comunista de Cuba les envió ayuda en armas, pertrechos y un puñado de hombres diestros en el combate. Diversos sectores sociales, como el estudiantado, comenzaron a expresar su solidaridad con los serranos y los obreros azucareros amenazaron con huelgas.
La lucha entre las compañías yanquis y los montunos no terminó hasta el triunfo revolucionario de 1959 cuando la Ley de reforma agraria les reconoció a los habitantes de los realengos su legítimo derecho a la tierra en que trabajaban.
El 11 de noviembre de 1934, ante la movilización popular y la actitud decidida de los habitantes del Realengo 18, Batista se vio obligado a retirar los guardias y a firmar con los montunos una tregua, por la cual las compañías tuvieron que renunciar, al menos por el momento, a su política de desalojo.
Bajo la consigna de Tierra o Sangre el movimiento de masas campesino en Realengo 18, quedó para la historia como la primera victoria del campesinado cubano armado que reclamaba su derecho a la tierra.