En medio de las dificultades no se puede perder la ternura, así escuchó este comentarista durante su recorrido en un P-3 el pasado domingo que se desplazaba por la capital del país.
La frase puesta en contexto, resultó más enfática porque varias mujeres de avanzada edad, permanecían de pie en el ómnibus, mientras otras personas contemplaban el panorama sin apenas balbucear palabra o hacer el menor gesto para cederles el asiento.
Para quienes vivimos otros momentos, de mayor frecuencia en el tránsito de las guaguas en la capital y menos escaseces, podría ser algo impensable en aquellos tiempos, como diríamos ¨un crimen de lesa humanidad¨ si alguien no le cedía el asiento a una mujer, y hablamos de los hombres adultos jóvenes o no, todos miraban desaprobando la actitud y casi solo eso bastaba como lección de vida.
Aunque duela reconocerlo, ya no es así. Y lo que era regla se ha convertido en excepción, de ahí la frase del compatriota que atónito y también con enfado expresaba su decepción cuando a aquellas señoras mayores, visiblemente cansadas, nadie les cedió el asiento.
¿Y si fueran nuestras madres o abuelas, o simplemente nuestras vecinas o amigas? ¿Procederíamos de igual manera?
No podemos ni debemos perder la ternura, y sí defender a capa y espada lo que siempre antaño nos caracterizaba como personas no solo de bien, sino por la sensibilidad humana de socorrer o ayudar al otro, apoyar, extenderle el brazo a quienes lo necesitaban para ayudarlos a cruzar una avenida, o ayudar a aquellos que accidentalmente tropezaban y caían en una acera, o no se sabe en cuántos ejemplos más, que no son película de ficción sino realidades cotidianas que vivíamos, actitudes que no solamente nos hacían sentir orgullosos, sino además nos identificaban como país, y eran motivo de admiración por visitantes extranjeros, por formar parte de la idiosincrasia del cubano.
Además del respeto que representan estas prácticas, por el sentido humano de ayudar al otro cuando se encuentra en una situación límite o de peligro en la calle o contribuir en un ómnibus a que quienes lo necesitan se sostengan lo mejor posible, cada uno de estos pequeños ejemplos que no son heroicidades ni muchos menos, debían ser potenciados y estimulados por la sociedad y, en primer lugar, por nuestras familias y su complemento las escuelas, donde se forman los primeros hábitos de conducta y para relacionarnos en comunidad.
Podrán ser difíciles las condiciones, pero la sensibilidad y el alma de las personas no debe ser ¨corrompida¨ por la famosa y negativa frase del ¨quítate tú para ponerte yo¨. A nadie, absolutamente a nadie, le gustaría que le aplicaran lo mismo a un familiar suyo. Maltrato genera maltrato, y decencia genera decencia.
Aunque lamentablemente debamos decir que los buenos ejemplos en este sentido se han convertido en excepción, miremos hacia ellos, repliquémoslos, y coloquémoslos en nuestros corazones como un tesoro que debemos practicar y conservar siempre.