En  el juego que concluyó hoy casi a las 3 de la madrugada entre los equipos de  Japón y Cuba, fuimos inobjetablemente vencidos. 
                          Los  organizadores del Clásico decidieron que los tres países que ocupan los  primeros lugares en el béisbol mundial se enfrentaran entre sí en San Diego, al  incluir arbitrariamente a Cuba en el grupo asiático, a pesar de lo caribeños  que somos. 
                          Dudo,  sin embargo, que algún equipo de Occidente pueda derrotar a Japón y a Corea en  el grupo de competidores que jugarán en Los Ángeles los próximos 3 días. Solo  uno de los dos países asiáticos con su calidad, decidirá quién ocupará el  primero y segundo lugares del Clásico. 
                          Lo  que importaba a los organizadores era eliminar a Cuba, país revolucionario que  ha resistido heroicamente y no ha podido ser vencido en la batalla de las  ideas. No obstante, volveremos un día a ser potencia dominante en ese deporte. 
                          El  excelente equipo que nos representó en el Clásico, integrado en su mayoría por  atletas jóvenes, es sin duda una genuina representación de los mejores atletas  de nuestro país. 
                          Lucharon  con gran coraje, no se desmoralizaron ni dejaron de buscar la victoria hasta el  último inning. 
                          La  alineación, sugerida desde Cuba por los organismos rectores con asesoramiento  de expertos, era buena e inspiraba confianza. Ofensiva y defensivamente era  fuerte. Se contaba con una buena reserva de pitchers calificados y fuertes  bateadores, si las circunstancias cambiantes de un partido lo requerían.  Aplicando los mismos conceptos se venció y dominó al poderoso equipo mexicano. 
                          Debo  señalar que la dirección del equipo en San Diego fue pésima. Prevaleció el  viejo criterio de los caminos trillados, con un adversario capaz que  constantemente innova. 
                          Debemos  sacar las lecciones pertinentes. 
                          El  béisbol es hoy, entre todos los deportes, el más capaz de originar expectación  por la enorme variedad de situaciones que pueden surgir y el papel específico  de cada uno de los 9 hombres que integran el cuadro. Se abre paso en todas  partes como espectáculo realmente emotivo. Aunque los stadiums se llenen de  fanáticos, nada es comparable a las imágenes que captan las cámaras. Parece  haber sido ideado para transmitir el béisbol por ese medio. 
                          La  televisión multiplica el interés al pormenorizar los detalles de cada acción.  Logra hasta la posibilidad de ver la costura y la rotación de un lanzamiento a  100 millas de velocidad, la bola que rueda a lo largo de la línea blanca o la  llegada al guante del defensor una décima de segundo antes o después de que el  pie del corredor pise la base. No recuerdo otro deporte que compita con esa  variedad de situaciones, excepto el ajedrez, en que la actividad deja de ser muscular  para convertirse en intelectual, imposible de televisar. 
                          En  Cuba, donde se practican casi todos los deportes y éstos cuentan con numerosos  aficionados, la pelota se ha convertido en una pasión nacional. 
                          Nos  hemos dormido sobre los laureles y estamos pagando ahora las consecuencias.  Corea y Japón, dos países bien distantes geográficamente de Estados Unidos, han  invertido abundantes recursos económicos en ese deporte importado o impuesto. 
                          El  desarrollo de tal actividad deportiva en esas dos naciones asiáticas obedece a  las peculiares características de las mismas. Sus habitantes son laboriosos,  abnegados y tenaces. 
                          Japón,  país desarrollado y rico, con más de 120 millones de habitantes, se ha  consagrado al desarrollo del béisbol. Como todo bajo el sistema capitalista, el  deporte profesional es un gran negocio, pero la voluntad nacional ha impuesto  normas rigurosas a sus jugadores profesionales. 
                          Jugadores  cubanos que han laborado en Japón conocen bien las normas que han impuesto. Los  salarios que se pagan a los profesionales de las Grandes Ligas en EE.UU., son  lógicamente mucho más altos que en Japón, país que por su parte posee la liga  profesional más poderosa después de EE.UU. A ningún jugador profesional japonés  se le permite pasar a las Grandes Ligas de EE.UU. u otro país extranjero si no  labora 8 años en los equipos de la liga nacional japonesa. Por ello, ninguno de  los miembros de su equipo internacional posee menos de 28 años. 
                          Los  entrenamientos son increíblemente rigurosos y metódicos. Han elaborado métodos  técnicos para desarrollar los reflejos que se requieren de cada jugador. Los  bateadores les tiran cada día a cientos de lanzamientos procedentes de zurdos o  derechos. Los pitchers, por su parte, se ven obligados a realizar cuatrocientos  lanzamientos cada día. Si cometen algún error en el juego, deben entonces  realizar cien lanzamientos más. Lo hacen gustosamente, como un autocastigo. Van  adquiriendo de esa forma un control muscular notable, que obedece órdenes del  cerebro. Es por ello que sus lanzadores asombran por la capacidad de ubicar las  bolas en los puntos exactos que deciden. Aplican métodos similares a cada una  de las actividades que debe realizar cada atleta en las posiciones que defiende  y en sus actividades como bateador. 
                          Con  características similares se desarrollan los atletas del otro país asiático: la  República de Corea, convertida ya en poderosa potencia del béisbol profesional  mundial. 
                          Los  asiáticos no son tan fuertes físicamente como sus rivales occidentales. Tampoco  son tan explosivos. Pero la fuerza no es suficiente para vencer los reflejos  que han desarrollado sus jugadores; ni la explosividad por sí sola puede  compensar la metodología y sangre fría de sus atletas. Corea ha tratado de  buscar hombres corpulentos, capaces de batear con más fuerza. 
                          Nuestras  esperanzas se basaban en la consagración patriótica de nuestros atletas y el  fervor con que defienden su honor y su pueblo, a partir de una cantera varias  veces e incluso decenas de veces menor en recursos humanos, comparado por  ejemplo, con Japón, descontando de esos recursos los débiles de conciencia que  se dejan sobornar por nuestros enemigos. Pero no basta para mantener nuestra  supremacía en la pelota. Hay que aplicar métodos más técnicos y científicos en  el desarrollo de nuestros deportistas. La excelente base educacional y  deportiva de nuestro país lo permite. 
                          Disponemos  en la actualidad de suficientes lanzadores y bateadores jóvenes con magníficas  cualidades deportivas. En dos palabras, hay que revolucionar los métodos de  preparación y desarrollo de nuestros atletas, no solo en la pelota, sino en  todas las disciplinas deportivas. 
                          Nuestro  equipo nacional debe regresar en las próximas horas. Recibámoslos con todos los  honores que merece su ejemplar conducta. Ellos no son responsables de los  errores que los condujeron al resultado adverso. 
                          Los  culpables somos nosotros, que no supimos corregir a tiempo nuestros errores. 
                          Fidel  Castro Ruz 
                            Marzo  19 de 2009 
                            2 y 58  p.m.                          |