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Enrique Figuerola Camué  
Una tarde memorable
Jorge Alfonso
Colaborador de Rebelde
15 de Julio de 2008, 11:20 a.m.

La Habana, Cuba.- Un día como hoy, 15 de julio de 1938, nació en la actual Ciudad Héroe de la República de Cuba, Enrique Figuerola Camué, un santiaguero de pura cepa, quien estaba destinado a convertirse en uno de los mejores atletas del patio en cualquier tiempo.

Desde pequeño, Enrique comenzó a destacarse en los terrenos beisboleros del terruño natal y quienes lo recuerdan no vacilan en señalarlo como excelente defensor del campo corto o los jardines, además de poseer una impresionante velocidad en el  corrido de las almohadillas.

Los primeros pasos en las pistas pudo darlos en el año 1956, cuando en la ciudad natal fueron celebradas unas competencias para estudiantes de la enseñanza media.

Como representante de la Escuela de Artes y Oficios de la localidad corrió la distancia de los 100 metros planos en 10,8 segundos. Pero, todo quedó ahí, pues debido a las limitaciones de esa época no pudo dedicarse por entero a la práctica deportiva.

El triunfante proceso revolucionario de 1959 constituyó para Enrique una nueva motivación y regresó a las pistas. Por entonces, Rafael Fortún, la principal figura de la especialidad en el período anterior, se encontraba en los últimos días de una brillante carrera atlética.

Después de un rápido traslado hacia la Capital, donde comenzó los entrenamientos en el parque José Martí, fue incluido en la selección de corredores que asistieron a los III Juegos Deportivos Panamericanos en Chicago, (1959).

Sobre la arcilla estadounidense logró el primer resultado de corte internacional, luego de concluir en la tercera posición al negociar la distancia del hectómetro en 10,5 segundos.

Posteriormente, añadió a la breve trayectoria otra actuación relevante en los Juegos Olímpicos de Roma, Italia (1960), tras finalizar cuarto (10,3), antecedido por el alemán Amin Hary (10,2), el norteamericano David Sime (10,2) y el británico Peter Radford (10,3).   

Desde la cita olímpica en San Luís, Estados Unidos (1904), donde los esgrimistas Ramón Fonst (florete y espada) y Manuel Díaz (sable) conquistaron tres medallas doradas, la única excepción perteneció a los batistas Charles de Cárdenas (padre e hijo), quienes alcanzaron una medalla de plata en la cita de Londres, Inglaterra (1948).

Pasadas seis décadas exactas, los integrantes de la pequeña delegación (24 personas) asistente al lejano país asiático se trazaron como meta inmediata que el nombre de CUBA volviera a aparecer en el selecto grupo conquistador de galardones. 

La plomiza tarde del 15 de octubre de 1964 también forma parte inseparable de las cuatro décadas de existencia en nuestras actividades competitivas.

Ese día, ante alrededor de 80 mil personas reunidas en el estadio olímpico de Tokio, el velocista santiaguero consiguió la medalla de plata en la carrera final de los 100 metros planos.

Las mayores esperanzas estaban cifradas en las piernas del joven Enrique Figuerola y la mención al hombre encargado de romper el hielo, impone referir antecedentes directos.

Antes de viajar a Tokio Enrique Figuerola aparecía en el tercer lugar del ranking mundial con sobresaliente registro de 10,1.

Los especialistas sabían que entre los 73 competidores inscriptos para la prueba más rápida aparecían tres corredores de excepcionales cualidades, a pesar de las características particulares de cada uno de ellos.

El estadounidense Robert Bob Hayes, con una estatura de l,96 metros, no muy usual en los velocistas; el canadiense Harry Jerome, cuyo físico era casi el prototipo exigido y Enrique Figuerola, la verdadera antítesis de Bob Hayes, por tratarse de un individuo más bien pequeño (1,70 metros) y piernas cortas. Sin discusión de ninguna índole, el trío mereció las mejores opciones.

Inolvidable jornada

Desde bien temprano en la mañana, el ambiente hacía presumir otra imposición de las complejas condiciones climáticas de la capital japonesa. La lluvia, muy tenue, aunque pertinaz, se había encargado de rociar la pista.

En franco contraste con el grisáceo cielo aparecía el verdor tropical de las aspiraciones cubanas, ya que el día anterior, durante los cuartos de finales, Figuerola consiguió superar por algunas centésimas de segundo al gran favorito, el estadounidense Bob Hayes.

Hayes conoció al cubano en los entrenamientos y quiso practicar con él varias arrancadas y en todas quedó atrás. Según relataría, años más tarde, el propio Enrique, en ese breve encuentro preparatorio pudo detectar una notable deficiencia en la arrancada de Bob Hayes, la cual consistía en que su arrancada era menos que la denominada corta.

Los entrenadores del yanqui al observar el citado handicap hicieron cuanto tuvieron a su alcance para aminorarlo y aprovecharon el margen favorable de la estatura.

A la hora de correrse la semifinal entre 16 velocistas divididos en dos heats, Hayes cayó en el primero y Figuerola en el segundo.

El disparo de la arrancada sonó el filo de las dos de la tarde, con fuertes ráfagas de viento a la espalda de los competidores. Hayes arrancó lento, como de costumbre, pero en forma impresionante cubrió el recorrido en 9,99 segundos.

Las favorables circunstancias del viento (6,2 kilómetros por hora) impidieron que fuera homologado ese tiempo como nuevo registro mundial.

A continuación llegó la prueba de Figuerola. Tampoco el cubano tuvo una buena arrancada y en el afán de superar al veterano canadiense Harry Jerome corrió todo el tiempo contraído y debió conformarse con un discreto cuarto lugar.

Enrique Figuerola consiguió el pase a la final. A pesar de ello, el pobre tiempo de 10,4 segundos hizo rondar el escepticismo entre los contados cubanos presentes en el estadio.

De lleno en la competencia, Bob Hayes superó los defectos de la arrancada y el resto lo hizo perfecto para implantar marca olímpica de 10 segundos exactos. Enrique Figuerola hizo también una gran carrera y entró segundo (10,2).

   
 
   
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