Matanzas cuenta sus historias
Lídice Valenzuela
Colaboradora Rebelde
2 de Julio de 2008, 9:55 a.m.
Matanzas, Cuba.- La provincia cubana de Matanzas, ubicada a unos 100 kilómetros al este de la capital cubana, es conocida internacionalmente por acoger a Varadero, considerada una de las más bellas playas del Mundo. Pero son pocos los que conocen es que ese territorio cubano se identifica con cuatro nombres: la Venecia de América, la Nápoles de América, la Ciudad de los Puentes y la Atenas de Cuba.
Fundada con el nombre de San Severino y San Carlos, los españoles la llamaron la
Venecia de América por sus ríos, pasarelas y canales. Pero antes, en su apacible bahía, llamada Guanimar por los aborígenes que habitaban aquellas tierras, se produjo un enfrentamiento con los españoles que navegaban por la zona, según refiere en sus crónicas el Padre Bartolomé de las Casas.
En 1509, la bahía adoptó el nombre de Matanzas y al fundarse la ciudad el 12 de octubre de 1693, se le llamó San Carlos y San Severino de Matanzas.
A la denominada actualmente Matanzas, la capital provincial, la atraviesan tres caudalosos ríos: el Canimar, Yumurí y San Juan y sus numerosos afluentes. Sus habitantes son más de 144 mil, según el censo del 2004.
Ello dio lugar a que, desde épocas coloniales, durante 281 años, la ciudad se fuera plagando de un alto número de pasarelas y uniones de mayor o menos tamaño entre unos y otros extremos a lo largo de estas vías acuáticas. El pueblo la bautizó como la Ciudad de los Puentes, que es como mayoritariamente se le identifica ahora. Muchos quedaron en las historias de los huracanes e inundaciones que sufrió el territorio, y fueron remodelándose o cambiando de lugar para evitar los desastres naturales.
Más de la mitad de los que llegan a nuestros días fueron terminados o construidos entre 1959 y fines de la década de 1990, otros seis en la etapa del 1904 al 1951, y tres datan del siglo XIX. Actualmente existen 21 puentes, 11 de ellos construidos o terminados después del triunfo de la Revolución, siete se edificaron entre 1904 y 1951 y tres datan del siglo XIX.
Hay cuatro sobre el río Yumurí, y siete en el San Juan, si se considera doble el más cercano a la desembocadura. La relación se amplía con tres en el río casi seco de Buey Vaca, y otro trío sobre el Canímar, uno más para el ferrocarril, que se cruza con la Carretera Central en la zona de Gelpi, otro doble en el Viaducto, a la altura de la playa El Tenis, el también elevado a la entrada del barrio de Dubrocq, y el gigante Bacuyagua, según reconocen informaciones diversas de la prensa matancera.
Es una respuesta decorosa ante la necesidad de salvar ríos más o menos caudalosos, enlazar el tránsito automotor, peatonal y ferroviario, comunicar unos barrios con otros, acarrear gran cantidad de mercancías entre territorios y responder a las crecientes operaciones portuarias.
Varios de esos puentes tienen historias que contar, muchas de ellas ya perdidas en el paso de tiempo. Algunos son famosos por su belleza arquitectónica, como el antiguo La Concordia, el primer puente metálico de Cuba, fundido en Estados Unidos, conocido ahora como Lacret, de hermosas columnas barrocas, construido en 1878.
También se cuenta que el 20 de enero de 1899, el Ejército Libertador de Cuba, pasó por Matanzas con el general Pedro Betancourt y su Estado Mayor al frente, sobre el puente Romero Robledo, o Bailén, al cual ese mismo año se le nombró General Calixto García, ilustre patriota de esta nación, nombre que aún conserva.
Generaciones de hombres tendieron decenas de puentes para comunicar un área geográfica atravesada por ríos y sus afluentes, que embellecen la ciudad de Matanzas, a orillas de la bahía más amplia y profunda del norte cubano.
La dinámica de la modernidad trajo soluciones viales de vital importancia en la década del 1980 para el tránsito ferroviario por Matanzas, lo que hizo imprescindible el montaje de un paso alto en la zona suroeste del barrio de Pueblo
Nuevo.
Los puentes peatonales de Matanzas, sobre todo en los ríos que atraviesan el casco histórico de la ciudad, ayudan a evitar rodeos, laderas arriba, y salvar grandes distancias sin utilizar transporte automotor, pero hay solo dos, el reconstruido Watking, en la pintoresca zona del Abra del Yumurí, y el de La Marina, cerca de la desembocadura del propio río, que aprovechan soportes de conductoras hidráulicas, entre la parte alta de los barrios de Matanzas y Versalles.
Los puentes de la llamada Atenas de Cuba, por su histórica riqueza cultural, han sido fuente de inspiración para poetas de varias generaciones de matanceros.
Uno de sus intelectuales más ilustres, el poeta José Jacinto Milanés, (1814-1863), quien enloqueció por un amor frustrado, atravesaba la plataforma sobre el San Juan buscando paz para su alma atormentada.
Su angustia sentimental y su posición patriótica en momentos en que aún no se había fraguado la nacionalidad cubana la lleva a sus versos.
De codos en el puente, escrito en 1840, recrea el bello paisaje cubano que se observa desde la altura, en su estilo romántico, en que transmuta sentimientos sinceros de quien es considerado un amante de la Naturaleza. Con su estilo descriptivo, Milanés recrea en su poesía, de manera magistral, lo que sucede alrededor del San Juan y de manera metafórica logra una imagen hasta ahora irrepetible del caudaloso río.
"...Mas siempre que pongo, San Juan murmurante, el codo en el puente, la mano en la sien, y siempre que miro los rayos de luna, que van con tus hondas jugando tal vez, cavilo que fuiste, cavilo lo que eres:"
Otro poeta matancero virtualmente ignorado en la bibliografía de los siglos XIX y XX, llamado Pepe Osio, también dejó en sus versos su posición política respecto al sistema esclavista imperante entonces en Cuba.
Una parte de sus versos, que a continuación reproducimos, brinda una idea de lo que significaron los puentes matanceros para sus ilustres hijos y como imbricaron esas aguas con la historia de la nación cubana.
"Yo no dejo el San Juan por el Henares/ni un solar de mi Cuba por España/ni por su pera nuestra caña/ni por montes de olivo sus palmares. /Goce el íbero allá sus olivares/que el áureo Tajo con sus ondas baña/que a mi en Cuba me basta una cabaña/donde puedo entonar dulces cantares. /Nunca el Pan trocaré por el Moncayo/y ni el modesto túmulo de Hatuey/por la frígida tumba de Pelayo. / |