La Habana, Cuba.- Un gobierno legítimo latinoamericano, elegido por las masas populares y progresistas en Honduras se debate frente a fuerzas históricamente retrógradas que, no por serlo, se olvidan. Fuerzas que alinean junto a ellas a la oligarquía empresarial, a la eclesiástica, al poder judicial y a los medios de comunicación representativos de la ultraderecha.
Es un gobierno de facto de corte fascista al que se le enfrenta en estos momentos el digno Presidente José Manuel Zelaya al lado del poder irrestricto de todo su pueblo y a otros seguidores de esta región quienes –no hace mucho tiempo--, sufrieron igualmente los crímenes y vejámenes de gobiernos militares o gorilas.
Honduras posee una rica historia forjada a partir de la existencia en su territorio del Imperio Maya el que dejó como obra imperecedera las ruinas de Copán.
Otras tribus que, no por haber sido menos civilizadas, dejaron enraizada igualmente la savia de sus culturas. Ellas fueron los lencas y los charatogas. Un territorio al cual Colón, en su cuarto viaje, tuvo el privilegio de conocer cuando desembarcó en la isla de Guanaja y llegar a tierra firme un 14 de agosto de 1502.
La Nación centroamericana declara su Independencia el 28 de septiembre de 1821 y su primera Constitución cuatro años después, siendo el patriota Francisco Morazán el presidente de la llamada Federación Centroamericana constituida por ese país, además de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. En mayo de 1838 Honduras declara su autonomía del resto de aquellos territorios pero no obstante ello y, sin dejar de analizar el transcurso de su historia desde ese entonces, deja de desarrollarse hasta nuestros días bajo el signo de una gran inestabilidad política, económica y social.
Como expone el Marxismo las revoluciones sociales obedecen a cambios y necesidades históricas y los líderes, partidos u organizaciones que las encabezan influyen en su proceso y radicalización.
En el caso del Gobierno de Zelaya, de democracia participativa (DP), la ciudadanía se involucra en el proceso decisorio, interactúa con el Estado y se erige como un nuevo actor fortalecido frente a él, asumiendo un protagonismo que antes no tenía, y fijando una nueva lógica de acción en el proceso de construcción de la ciudadanía.
Así, y en el modelo de DP la participación ciudadana aparece como la llave que permite abrir las puertas a un genuino proceso democrático.
En estos momentos de genuinas definiciones y decisiones en nuestro continente cabe recordar a Cayo Julio César –aquel del ¡Ave César!—quien se hizo proclamar dictador con poder de un soberano en tiempos de la Antigua Roma y que durante una rápida campaña guerrerista (año 17 a.n.e.) dijo: Vine, vi, vencí, hasta proseguir su campaña de conquistador contra los pompeyanos. Epopeya que Michegorileti aspira a imitar, en pleno siglo XXI, en territorio hondureño pero a través de una campaña no sólo de bayonetas, sino también de mentiras y distorsiones de la verdad a través de los medios oligárquicos de comunicación social.
Como dijera nuestro José Martí: “…y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas”.
Es el caso del legítimo Presidente de la hermana nación centroamericana. Es la hora de la marcha unida.