Con bloqueo recrudecido, escasez de fertilizantes y una mano de obra más deprimida en el campo, nuestro país está llamado a dar un salto enorme en la producción de alimentos, única fórmula para salir adelante y hacernos sostenible en este camino. No es fácil cuando la mentalidad de la mayoría es la de cultivar con insumos que ya no están financieramente a nuestro alcance, una realidad dura de estos tiempos.
Con tierras poco explotadas o simplemente mal explotadas, con la mayor parte de nuestras área cultivables en manos de formas no estatales de producción o arrendadas entonces los controles, con éxodo de trabajadores en el campo, el seguimiento y fiscalización de para qué se utilizan las tierras, si es lo que verdaderamente necesitamos y en qué plazos, requiere de una reconfiguración del trabajo a nivel territorial, primero para identificar las potencialidades endógenas de cada lugar, y segundo para desde ahí, comenzar a satisfacer necesidades básicas de la población y dejar un margen mayor para comprar en el exterior lo que no seamos capaces de producir.
No existen milagros para avanzar hoy en la producción de alimentos que el de hacerlo con nuestras propias fuerzas y recursos, ganándole tiempo al tiempo, optimizando lo que tenemos, sembrando, sembrando y sembrando, intercalando cultivos de ciclo corto con otros de más largo tiempo de cosecha, fomentando huertos y organopónicos, sembrando cada pedacito de tierra cultivable y diversificando tanto como podamos.
Es nuestra realidad, diferente a la de ahora en la que unos pocos- los buenos ejemplos-, buscan maneras de desafiar la falta de recursos para sacarle el extra a la tierra, vinculando al hombre a los resultados finales de su trabajo, asumiendo caminos de riesgo para encontrar soluciones por otras vías a problemas viejos, aplicando ciencia constituida y a la par con conciencia de la responsabilidad social que tienen con los habitantes de sus territorios y la comunidad.
Sin mayores producciones no bajarán los precios, sin mayor control de lo que producimos y sus destinos tampoco, sin la comprensión de que en las zonas rurales no se puede esperar por lo que el Estado les ofrezca si tienen la mayor riqueza al lado que es la tierra que necesita cultivarse para que ofrezca sus frutos, estaremos bajando la cuesta lejos de subirla.
Los dineros son finitos, y la capacidad importadora de Cuba también. Por lo que el análisis entorno a qué importar o adquirir fuera de fronteras está encaminado hoy a adquirir productos que no tenemos posibilidades de producirlos y que sin otra alternativa posible, demandamos su compra fuera de fronteras.
Un reciente análisis gubernamental durante visitas realizadas a territorios orientales, exponía ejemplos de lo que demandaría cada localidad (es decir la provincia) para la alimentación de la población, sumaron millones de dólares, algo que puede objetivamente reducirse con mayores entregas de alimentos a nivel local e incluso la producción familiar sin necesidad de que el Estado sea quien suministre esos renglones. Ese es el camino, no hay otro.
Cambiar la mentalidad tradicional de esperar a que nos ofrezcan todo por otra más proactiva donde el ingrediente principal sea el de buscar soluciones propias, creativas e innovadoras no podrá esperar de mucho tiempo más cuando las urgencias del país, atizadas por los escenarios que vivimos dicen que el tiempo es ahora. Es un problema de seguridad nacional.