Hace más de veinte años, en un país europeo, donde Cuba enfrentaba las más burdas campañas en el contexto de la extinta Comisión de Derechos Humanos, un colega de otra nacionalidad me dijo asombrado y, a la vez, convencido: «Los diplomáticos cubanos son distintos».
Ciertamente, los diplomáticos cubanos se ganan el respeto y la admiración de su pueblo, y de otros pueblos del mundo. Incluso, los adversarios, han reconocido la ética, la lealtad y el coraje de los representantes de nuestra diplomacia revolucionaria.
Como instrumento de la política exterior de Cuba y para enfrentar la ofensiva hostil de los Estados Unidos hacia nuestro país, el 23 de diciembre de 1959 se creó el Ministerio de Relaciones Exteriores. La nueva institución sustituyó al Ministerio de Estado, dependencia que existía desde la época de la primera ocupación yanqui y que había sido diseñada para servir a los intereses estadounidenses.
Pero la decisión de fundar el MINREX -hace hoy 65 años- iba más allá de un cambio de nombre del organismo encargado de ejecutar la política exterior en la Isla. Esa transformación profunda simbolizó la firme posición de independencia, soberanía y justicia social que caracterizaría desde entonces el quehacer de la institución que se gestaba.
La diplomacia practicada desde hace más de seis décadas es heredera de las más ricas tradiciones de lucha de nuestro país; y se convirtió, como dijera el Canciller de la Dignidad, «en trinchera de Cuba y escudo diplomático de la Revolución en el exterior».
Es al Comandante en Jefe a quien le debemos el lugar que ocupa Cuba en el mundo; porque la nación contó siempre con Fidel como artífice y conductor de la política exterior revolucionaria, en la que están grabados los componentes esenciales de antiimperialismo, internacionalismo y solidaridad.
No hay dudas de que el protagonista de nuestra política exterior, como el protagonista de la Revolución misma, es nuestro heroico pueblo. Y el MINREX, es eso también: es Cuba y su gente; donde hubo combatientes de la Columna 1 de Fidel, en la Sierra Maestra, y de otras fuerzas revolucionarias; es el de la Crisis de Octubre; es el de Girón; de la zafra del pueblo; de las movilizaciones populares; de las grandes batallas como el retorno del niño Elián y la liberación de los Cinco Héroes; es el MINREX de la lucha contra el terrorismo; de la epopeya de nuestro pueblo en el sur de África por la independencia de Angola y de Namibia; y el MINREX que acompaña al personal médico cubano que hace una proeza constante en lugares recónditos, difíciles y hasta riesgosos en diferentes lugares de la región y el mundo; es el MINREX que, nacido de su pueblo y junto a él, libra todos los días y en todos los escenarios, las hazañas contra el bloqueo que nos impone el gobierno norteamericano.
En Cuba es el pueblo el artífice de su política exterior; y los cubanos respetan y reconocen la labor de sus diplomáticos. En una entrevista publicada hace unos años en Cubadebate, afirmaba el querido intelectual Abel Prieto Jiménez, Presidente de la Casa de las Américas.
Cuentan quienes conocieron a Raúl Roa que cuando alguien lo felicitaba por el éxito alcanzado en un foro internacional, el Canciller contestaba: «El mérito no es mío, es de la Revolución Cubana que yo represento». Y esa ha sido la postura que han mantenido los representantes de nuestra política exterior.
Ser diplomático cubano en tiempos de Revolución, es una tarea difícil; pero repleta de gloria y honor. Razón tenía aquel colega. Ellos, los nuestros, son distintos. Ellos son el pueblo, con sus raíces mambisas y guerrilleras.
Escuche y descargue la propuesta radial.