Martí, la sobrevida

Es el año 2024 y en pleno siglo XXI, el Maestro renace. Llega al centro de Caracas desde su isla amada, para volver a rendir honores ante la estatua de un padre, viene vestido de negro, sencillo, con una levita, su frente amplia y su mirada limpia, y flores en las manos, y con esos suspiros en el pecho por su tierra, por la América, por su Patria que es Humanidad.

Llora frente a la Estatua del Libertador, que sigue “en el cielo de América (…) calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy”.

Y los dos grandes se encuentran otra vez, en este mayo cuando, después de 129 años de su sobrevida, el que viste de levita sabe que “hay hombres que hasta después de muertos dan luz de aurora”, y que no se puede morir, cuando quedan muchas batallas por delante y sueños por cristalizar.

Vuelven a caminar por las tierras del Sur, en tiempos difíciles, de guerras y bombas, y de niños que lloran y mueren, y de Imperios que intentan asfixiar a los pueblos, y hablan de crisis económicas, y de la imperiosa necesidad de andar unidos “como la plata en las raíces de los Andes”.

Saben que nada es fácil, que los peligros de la humanidad se ciernen sobre los pueblos, sobre los más desvalidos, saben que hay muchas tormentas, y fracasos, y enemistades, desesperanzas, y desunión, advierten que este sea quizás, uno de los momentos más difíciles del mundo.

Pero saben también que están predestinados a cumplir la obra de la vida. El General y El Delegado montan en sus caballos de gladiadores, transitan por los parajes de la América, son jinetes del futuro, conducen a quienes los siguen con estrellas en la frente, miran el porvenir, en sus pechos no hay cabida para el desánimo, en sus pechos arde el amor a la libertad, a esta América Nuestra, a los seres humanos.

Conocen de gobiernos serviles y de gobiernos que no se pliegan, defienden los sentimientos más hermosos de las razas más nobles, apuestan por salvar el verde de los campos, y el azul del cielo, y el canto de los pájaros y el esplendor de los mares, las llanuras, las montañas, luchan por la igualdad y la equidad, porque no haya ambición, y porque los hombres sean hermanos.

Con su mirada limpia, el renacido repite que “La única fuerza y la única verdad que hay en esta vida es el amor. El patriotismo no es más que amor, la amistad no es más que amor”.

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A 129 años de su caída en Dos Ríos, Martí vuelve a encontrarse con Bolívar, se toman de las manos, van al frente de sus ejércitos de hombres y mujeres de dignidad, con las estrellas que iluminan y matan como guías del camino. Y entonces, el Libertador y el Delegado, renacido, con esa sobrevida que tienen los grandes, comienzan a andar.

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