La historia de Cuba recoge el nombre de mujeres ilustres que participaron junto a los hombres en la Guerra de los Diez Años.
Entre las más destacadas en aquella gesta estuvieron: María Cabrales, la esposa de Antonio Maceo, quien compartió los 10 años de guerra, parió y perdió a sus hijos en aquellas durísimas condiciones de campamento y combate.
Ana Betancourt, la esposa de Ignacio Mora que, ante los asambleístas reunidos en Guáimaro, reclamó que se reconocieran los derechos de la mujer como combatiente.
Otra ilustre mujer; Amalia Simoni, la esposa de Ignacio Agramonte, estuvo junto a su esposo en su rancho “El Idilio”. Amalia y su hijo Ernesto Ignacio a quien El Mayor decía “el Mambisito”, también tuvieron que partir a la emigración después de ser capturados por los españoles.
Allí mantuvo ella su firmeza patriótica además de contribuir al sostén familiar.
Otras muchas mujeres colocaron sus nombres en el libro dorado de nuestra historia.
Son los casos de la madre de Calixto García, Lucía Íñiguez, Bernarda Toro, la esposa de Máximo Gómez y madre de Panchito; Dominga Moncada y María Josefa Pina.
Dentro de todas, el mayor reconocimiento ha sido para Mariana Grajales, la madre de los Maceo, que por su entereza y firmeza. De ella Martí dijo:
¿Qué había en esa mujer, qué epopeya y misterio había en esa humilde mujer, qué santidad y unción hubo en su seno de madre, qué decoro y grandeza hubo en su sencilla vida, que cuando se escribe de ella es como de la raíz del alma, con suavidad de hijo, y como de entrañable afecto?
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