La historia de Cuba también es interesante cuando se la analiza desde el punto de vista de su estructura económica.
Desde el período colonial, la economía cubana se fue estructurando como una economía particularmente abierta, es decir, dependiente del sector externo, del comercio exterior.
Quiere esto decir que Cuba producía unos pocos productos, es decir; ganadería, tabaco, azúcar y café, con distintos niveles de importancia según la época.
A fines del siglo XIX, estas producciones fueron centrándose en el azúcar, de modo que el país se fue convirtiendo en mono-productor y mono-exportador y así, paulatinamente, dependiente del mercado norteamericano.
La articulación de la producción azucarera cubana con el mercado norteamericano condujo, además, a otro problema: Estados Unidos había desarrollado su industria refinadora por lo que compraba azúcar crudo como materia prima para sus refinerías.
Esto provocó un retroceso en el proceso industrial cubano, pues disminuyó la producción de azúcar refino como producto final para la exportación. Y fue así como Cuba se convirtió en abastecedora de un producto semielaborado.
Esta realidad se consolidó después de la conversión de Cuba en una neo-colonia de los Estados Unidos, pues se reforzaron esas relaciones de dependencia también en el plano comercial, de manera que la economía cubana dependió en un 80% de las exportaciones de azúcar, básicamente crudo, cuyo destino esencial era el mercado estadounidense.
Todo esto trajo como resultado la subordinación no solo económica, sino política a los intereses norteamericanos en detrimento de los intereses generales de la nación.
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