Continuando por los caminos de nuestra historia, en los inicios de los años 20 del siglo pasado, la economía cubana, que había crecido sobre la base del modelo mono-productor y mono-exportador, dependiente del mercado norteamericano, agotó sus posibilidades para mantener el crecimiento económico por aquellos lejanos años.
La crisis de 1920 al 21, después de finalizada la Primera Guerra Mundial, había puesto al descubierto la debilidad de la economía cubana, debido a que la caída del precio del azúcar provocó el pánico y las quiebras, fue el período conocido como “vacas flacas”, pero esa crisis entró en fase de recuperación hacia 1923.
Sin embargo, en la medida en que el mercado estadounidense no mantuvo el crecimiento en su demanda de azúcar cubano, esto trajo como consecuencia el estancamiento de la producción azucarera nacional por lo que esa producción agrícola no creció.
Comenzó la crisis de la estructura de la industria azucarera y a su vez la necesidad de transformarla; pero ¿cómo hacerlo dentro de los marcos de la dominación neocolonial?
¡Ahhh! Pues ese fue el gran reto que los grupos de poder no podían resolver.
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