Quizás fue la armonía necesaria entre dos caracteres diferentes. Lisandra, más sosegada, más centrada y analítica. Ernesto, todo nervios, inquieto, estresado, hiperactivo, pura personalidad sanguínea.
Lo cierto es que hace cuatro años, cuando llegaron a Venezuela, no imaginaban que en esta tierra, acompañados, con ese día a día de compartir tareas y responsabilidades, nostalgias, sueños y añoranzas, estos dos médicos encontrarían, en tiempos de Covid, el amor de sus vidas.
“Llegamos juntos en el mes de febrero hace cuatro años, creo que muchas condiciones nos hicieron acercarnos, la separación de la familia, adaptarse a la cultura de Venezuela, a toda la presión laboral, él era el jefe y yo la Vicecoordinadora, y por supuesto, coincidimos en todos los encuentros, las reuniones y ese roce nos forjó el vinculo, así surgió la relación”, nos cuenta Lisandra con picardía en sus palabras.
Entretanto Ernesto también quiere recordar aquel inicio de un amor que ya comienza a echar raíces.
“Me voy a confesar, llegué el 28 de febrero del 2020, Lisandra estaba en zona roja, la vi por primera vez, necesitábamos una asesora docente y ella estaba preparada, ganamos confianza, interactuamos en el trabajo, nos dimos cuenta que nos necesitábamos, ahí germinó la semilla hasta que nos dimos el primer beso el 15 de mayo de ese mismo año, parece que a ella le gustó”, sonríe mientras la mira.
Lisandra interrumpe, quiere añadir más a la historia: “Él es de pocas palabras, se pone nervioso, cuando estábamos en reuniones se sentaba a mi lado y me decía: Doctora, déjeme mirarle el rostro, quítese el nasobuco, estábamos en la etapa de la Covid, buscaba muchas formas para llamar mi atención”.
El Doctor Ernesto Matos Gámez, es el Jefe del Centro de Diagnóstico Integral (CDI) “Sol de Taguanes” en el municipio Tinaquillo, del Estado venezolano Cojedes. La Doctora Lisandra Isaac Perera, médico diplomado en Endoscopia, es la Vicecoordinadora Docente de la propia institución.
En ese lugar alejado, en medio de la vorágine del trabajo, ambos encontraron cualidades para admirarse mutuamente y convertir la relación en el sostén de sus vidas.
“Ernesto pelea mucho -ríe- es el jefe y ustedes saben, exige porque todo salga bien, pero es una persona muy cariñosa, amable, delicado, siempre tiene detalles, nos llevamos bien en la casa, ha sido una experiencia bonita encontrar a un compañero así, me ha brindado apoyo, en estos cuatro años han surgido problemas familiares, en el trabajo y siempre hemos estado juntos”.
Ernesto la escucha, mientras le toma las manos: “Es muy complicado ser Jefe de un Centro de Diagnóstico Integral, tienes una alta responsabilidad sobre tus hombros, y les puedo asegurar que con ella me ha sido mucho más fácil mantener las relaciones amorosas y alcanzar logros en el CDI; la pareja debe ayudarse, Lisandra es mi brazo derecho, me ayuda en todo, en la parte metodológica, me organiza el plan, y en la parte afectiva nos hemos complementado, en cuatro años pasan muchas cosas, la muerte de un familiar, problemas personales, asuntos por resolver en el trabajo, y ella ha sido incondicional como sostén. Admiro de ella su forma de ser, su carisma, no hay palabras para decir lo que ella significa para mí”.
Entretanto ella coincide con las palabras de su compañero: “en la misión el propósito es llegar sanos hasta el fin de la Misión, y unirnos a nuestras familias, brindar atención al pueblo venezolano con calidad. En esta relación de pareja, lejos de la Patria y con esos presupuestos, nos ha servido mucho estar unidos, compartimos criterios, yo lo comprendo, le sugiero ideas para que él pueda cumplir su función y que tome las decisiones correctas. Él es más explosivo, en el empeño de que todo salga bien y cuando hay alguna situación, yo le digo vamos a analizar, puedes tomar por este camino, y en otros momentos es él quien me apoya”.
Ernesto es guantanamero y Lisandra camagüeyana. En estos cuatro años, hay pruebas muy duras que les ha demostrado que esta relación comienza a sedimentarse en bases sólidas.
Lisandra lleva en su alma el momento muy triste de la muerte de su padre, ella estaba de vacaciones en Cuba, y cuando Ernesto lo supo, no dejaba de llamarla y de ocuparse de su estado de ánimo, de la familia.
“Cuando lo llamé se puso desesperado, me decía que quería estar conmigo, y me sentí apoyada, eso fue inolvidable y son acciones que marcan, su actitud cuando más lo necesitaba me impresionó y me dio fuerzas, le ha dado más confianza a esta relación, entonces yo dije que él era el hombre adecuado”, narra Lisandra.
Entretanto, Ernesto confirma que fue uno de los momentos más tristes de la misión y agrega: “traté de darle ánimos, de convencerla de que todos tenemos que pasar por eso, y que hay que estar preparados para cuando llegue ese momento, mantuve comunicación con ella todo el tiempo para no dejarla sola en su tristeza”.
Hoy, a punto de concluir la misión, los planes de Ernesto y Lisandra tienen la mirada puesta en el futuro.
“Ya estamos en el último año de la misión, tenemos pensadas muchas cosas lindas, llegar a Cuba con mi esposo, trazarnos proyectos, yo tengo un niño que se llama Daniel Enrique, de doce años de edad, mi madre y mi hijo ya conocen a Ernesto y lo adoran”, confiesa esta mujer enamorada.
“A Lisandra yo le diría que siempre cuente conmigo en los buenos y malos momentos de la vida, nos hemos dado confianza para crear nuestras metas, es trabajadora, de carácter, tiene los méritos y condiciones que yo enaltezco en una mujer, por eso tenemos la perspectiva de seguir juntos, pensamos continuar superándonos, en Cuba quiero hacer una especialidad y ambos continuar cumpliendo misiones internacionalistas, si nos necesitan en otra nación; como pareja queremos formalizarnos, tener un hijo y crear una familia, creo que debe ser en Camagüey, así me veo con ella cuando pase el tiempo”.
Lisandra y Ernesto consolidan así un amor que nació en Venezuela en tiempos de Covid y que hoy florece para dar sentido a sus vidas.
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