Por Mario Muñoz Lozano
La Habana- Cabecean en el anaquel, una fina capa de polvo los cubre, en ocasiones el roce del viejo plumero los reanima, pero no es igual al cosquilleo sentido tras la vista humana cuando recorre lujuriosa sus cuerpos.
Jefe de la redacción de Cultura de Prensa Latina
El Pequeño Larousse se da con un canto en el pecho: sigue siendo el más solicitado por los más catedráticos, aunque Wikipedia le ha robado la mayor parte de su público. Otros corrieron peor suerte, se asfixian en cajas olvidadas en un armario.
Gran cantidad de excelentes libros vienen amontonándose en un rincón de la casa. Los mayores dicen que los leerán en la primera oportunidad, que las contingencias de la cotidianidad los abruman.
También los atesoran pensando en sus hijos, pero ellos les hacen poco caso, mientras en el mundo se celebró el pasado miércoles 9 de agosto el Día mundial de los amantes de los libros con un llamado urgente: ¡deja de lado tu «smartphone»! A todos nos pasa, ya sea por trabajo, compromisos sociales o simplemente por hábito… estamos todo el día con el móvil en la mano. Por eso la fecha quiere hacer conscientes de ello, invitarnos a apartarnos del ruido y que nos concentremos alrededor de eso que nos puede apasionar: la lectura, y todo lo que representa.
Laura tiene 11 años y no quiere leer. Da la espalda y huye molesta cuando le hablan del tema. Al parecer, piensa que es suficiente con las lecturas que orienta la escuela.
¡Y mira que su madre insiste!: «Te estás perdiendo historias bellísimas. Cuando tenía tu edad ya me había leído unos cuantos libros…». Ha llegado a exigirle que conteste un cuestionario sobre el libro de turno. Pero la niña le responde: «Ya ese cuento me lo sé, mami, lo vi en una película».
Con unos cuantos años más que ella, su hermano Roberto se escuda en que «a veces veo algunas noticias en Facebook o YouTube», cuando su padre lo regaña porque «nunca te he visto con un periódico o una revista en la mano; no sabes nada de lo que está pasando en el mundo».
Asusta. Según el escritor y semiólogo Umberto Eco, en nuestro tiempo, si dictadura ha de haber, será una dictadura mediática y no política.
Hace cerca de 20 años escribió salvo algunos remotos países del Tercer Mundo, para dar un golpe de Estado ha dejado de ser necesario formar los tanques, basta con ocupar las estaciones radiotelevisivas. Ahora se les agregarían las redes sociales e Internet, como parte de las guerras de cuarta generación.
ALARMAS ANTE LA DISMINUCIÓN DE LA LECTURA
Diversos diagnósticos reportan la disminución de la lectura como un mal de la modernidad. Y es triste: la escuela proporciona el instrumento, la habilidad para leer, pero si no existe una motivación no se logra nada.
Porque esa habilidad no es solamente necesaria para acceder al conocimiento; es medio de perfeccionamiento, de enriquecimiento moral y de diversión. Una buena lectura es una fiesta.
Además, un pobre nivel de lectura implica pobreza de vocabulario, de capacidad para interpretar, carencia de técnicas que permiten comprender, reflexionar, resumir, comparar, relacionar y extraer conclusiones propias.
En 2022 solo 39,3 por ciento de los italianos con más de seis años de edad, leyó al menos un libro anual, cifra inferior a la de 40,8 puntos porcentuales registrada en 2022, indicó un reporte del Instituto Nacional de Estadísticas (Istat), publicado en mayo de este año por el sitio oficial de ese organismo.
Apuntó que el 17,4 por ciento de los residentes en este país son lectores débiles, con un máximo de tres libros en un año, mientras que alcanzan solo 15,4 porcentuales los considerados en la categoría media, con hasta 11 obras leídas, indicó el reporte de la agencia Prensa Latina.
Los lectores fuertes, con al menos 12 libros anuales, apenas alcanzan un 6,4 por ciento del total, lo cual fue calificado como “una emergencia nacional” por Ricardo Franco, presidente de la Asociación Italiana de Editores.
El 69,2 por ciento de los lectores solo lee libros en papel, en tanto alcanzan los 18,2 puntos porcentuales los que utilizan más de un medio de lectura, con un porcentaje de 12,1 para los que emplean el formato electrónico y de solo 0,5 puntos para los usuarios de audiolibros.
El estudio, divulgado el 16 de mayo último, abarcó en Italia a siete mil 419 alumnos y 442 docentes de 222 escuelas, quienes obtuvieron 537 puntos, solo superados en la región por los estudiantes de Finlandia y Polonia, con 549 cada uno, y los de Suecia, que obtuvieron un promedio de 544 puntos.
Según otro estudio, más de la mitad de los portugueses no leen libros, una realidad fuertemente asociada a la educación, reveló a principios de 2022 la encuesta sobre las prácticas culturales realizada por el Instituto de Ciencias Sociales (ICS) de Lisboa.
Esa fue la primera vez que se aplicó un amplio estudio nacional sobre las prácticas culturales de los portugueses en varios campos de la cultura, destacó Guilherme de Oliveira Martins, administrador de la Fundación Calouste Gulbenkian que auspició la pesquisa.
La indagación, realizada en 2020 entre mayores de 15 años de edad residentes en el país, respondió a la necesidad de conocer los hábitos de lectura de la sociedad y, según sus resultados, el 61 por ciento de los ciudadanos no había leído un solo libro en papel, y de 39 por ciento que afirmó haberlo leído, la mayoría lee poco.
Otro ejemplo es México, donde un informe del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) de este país reveló que la población lee hoy menos que hace siete años.
El documento emitido en abril pasado señaló que los lectores mexicanos disminuyeron poco más de 12 por ciento en este período desde 2016, cuando la población de 18 años en adelante que leía era del 80,8 por ciento, frente al 68,5 por ciento de lectores registrado en 2023.
Para el análisis de hábitos lectores, los materiales culturales considerados fueron los libros, las revistas, periódicos, historietas (o cómics), páginas de internet, foros y blogs.
El 83 por ciento de la población que no suele leer declaró en la encuesta que no fue estimulada a acudir a bibliotecas o librerías; y 79,7 por ciento apuntó que ni sus tutores ni sus padres leían.
Asimismo, 60,7 por ciento manifestó que en su casa no contaban con libros que no fueran los de texto de la educación básica, establecidos por la Secretaría de Educación Pública federal.
LOS LIBROS NO SON OVNIS
Claro que resulta imposible hablar de disminución de la lectura en muchos rincones del mundo donde el analfabetismo, el hambre y la pobreza se han adueñado de la realidad de cientos de millones de personas.
Porque no se puede pensar en leer cuando se anda a la caza de un pedazo de pan o cuando un periódico se convierte en abrigo en la noche. Vergüenza para la civilización humana.
No obstante, en el mundo se disparan las alarmas ante el auge del desinterés entre niños, adolescentes y jóvenes por la lectura, y el creciente arrebato despertado en ellos por las nuevas proles de la electrónica y la informática.
El impacto en las nuevas generaciones de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) ha sido visto por muchos como «el principio del fin» de las imprentas y de su entrañable descendencia, sepelio que, de suceder, irá acompañado por un público videotizado por anuncios e imágenes.
Ante tal peligro, la casa tiene que ser el principal bastión de la lectura, no se le puede dejar todas las responsabilidades a la escuela.
Nada como compartir con nuestros hijos esas primeras historias que los maravillan tanto, en especial cuando comienzan a leer solos. No es fácil que un niño lea si sus padres no lo hacen y no está acostumbrado a ver libros en casa.
Los libros no son OVNIS, mucho menos excentricidades para coleccionistas o evidencias de épocas pasadas. Más allá del placer que brindan, en las letras está la memoria de la humanidad.
Pueden ser amigos en noches de soledad, consejeros frente al dilema habitual, antídoto contra la estupidez, venganza del talento ante la frivolidad, hogar del ingenio y la imaginación, el espacio que siempre anda buscando la libertad.
Cuba no está al margen de este debate. No son pocas personas que se quejan de la falta de interés de sus hijos por la lectura, y del creciente arrebato despertado en ellos por las nuevas proles de la electrónica y la informática.
Con tal «ruido en el sistema» me muevo desde hace tiempo, de ahí que en una apacible mañana en la ciudad de Holguín, durante una Feria del Libro, aproveché un encuentro con los escritores Lisandro Otero, Reynaldo González y Daniel Chavarría –batería de lujo– para conocer sus opiniones sobre el tema.
«Eso no admite discusión», rompió el hielo Otero, presidente de la Academia Cubana de la Lengua. Y continúa: «La era digital no podrá acabar con el mundo de la letra impresa».
Ya más sosegado, el Premio Nacional de Literatura 2002 se acomoda en su asiento y reflexiona: «Surgió la fotografía y dijeron que no habría más pintura. Cuando llegó la comedia musical decretaron la muerte de la ópera, porque la primera era más divertida, más popular. Apareció el cine y concluyeron que se acabaría el teatro. Luego surgió la televisión y la tomaron contra el cine. Pues bueno, ahí siguen viviendo todos».
Arraigarse o morir, pareciera su consigna. Y argumenta: «Así ha ido sucediendo con los nuevos medios y tecnologías descubiertos. Y lo único ocurrido es que cada uno se adaptó al momento. Antes los cines tenían 500, mil lunetas, unas pantallas gigantescas. Ahora tienen apenas cien, 150, porque de tener más no se llenan.
«La prensa escrita también continuará, pero tiene que adaptarse. La inmediatez de Internet, la radio y la televisión la obliga. Eso hace que el periodismo impreso deba modificar su estructura. Se tendrá que refugiar más en el periodismo de opinión, de investigación, en el literario, en el llamado Nuevo Periodismo. Pero no creo que periódicos y revistas desaparezcan.»
(Fuente: Prensa Latina)