La impronta del maestro

Todavía, cuando de vez en cuando viejas amistades de antaño nos reunimos para conversar y compartir un rato, salen a relucir los cuentos sobre quiénes fueron nuestros maestros y profesores en la secundaria o el preuniversitario, y hasta en la universidad. Para tales remembranzas, no importa si transcurren o no, como ahora, las jornadas de celebración por el Día del Educador.

Esto que me sucede a mí con los colegas de la etapa estudiantil es muy probable que les ocurra también a muchos de nuestros lectores, no importa si son más o menos jóvenes, comenta el periodista Francisco Rodríguez Cruz.

Si además conversamos con hijas e hijos, nos percataremos de que esta es una historia que nunca termina, pues la impronta que deja el profesor o el maestro en esa época de la adolescencia y juventud es, quizás, de las huellas imborrables que recordaremos siempre como un momento clave en nuestras vidas.

Buenas y malas experiencias, mejores y no tan óptimos ejemplos, son lecciones que van más allá de los conocimientos que el educador o educadora imparte, y que alcanzan desde la gestualidad de los profesores, sus frases más características, sus enseñanzas dentro y fuera del aula, las cuales muchas veces exceden los conocimientos específicos de las asignaturas que cada cual nos daba.

Esa ascendencia del educador o educadora sobre sus pupilos merece una reflexión muy seria por parte de quienes ejercen esa noble profesión.

Lo que hace y dice el maestro o la maestra es fundamental en la formación de las nuevas generaciones. Y tiene que existir concordancia entre las palabras y las acciones, para que en realidad el proceso educativo cierre su ciclo creador de manera positiva.

Tomada de Granma

La responsabilidad en la preparación pedagógica de cualquier persona que está frente a un aula empieza desde su formación profesional, y continúa luego en el ejercicio práctico de su labor, donde intervienen desde los directivos de la escuela, hasta las propias familias de alumnas y alumnos.

La coexistencia de maestros y profesores con diferentes grados de experiencia y tipos de formación en muchos de los planteles docentes, más que una dificultad, puede resultar en una ventaja, si deviene en una interacción de aprendizaje recíproco alrededor de las mejores prácticas y habilidades que cada quien posee en ese difícil arte del magisterio.

Tiene que formar parte del propio proceso docente educativo la evaluación constante y profunda de las competencias y valores humanos que puede trasmitir un profesor o profesora.

Tomada de teleSUR

Pero incluso por encima de la exigencia que debe existir por parte del colectivo de dirección de cada escuela o desde otros niveles externos del sistema de Educación, lo que decide en última instancia en la calidad formativa de adolescentes y jóvenes es la convicción que tenga cada persona que ejerza la enseñanza sobre la importancia de su papel.

Cada docente, en fin, debe ser consciente acerca de la trascendencia de su trabajo, para que nunca olvide que lo dicho o hecho en un aula, y hasta fuera de ella, en la relación con sus estudiantes, será recordado por ellas y ellos por el resto de sus vidas, en lo que siempre será, y ojalá en todos los casos fuera para bien, la impronta del maestro.

Fuente: Haciendo Radio

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