La gracia y sabiduría de los refranes

Llenos de razón y picardía llegan a nosotros los refranes, sabio legado que recibirán con agrado las nuevas generaciones. “Todo el pensar de un pueblo está cristalizado y condensado en sus refranes”.

El Diccionario de la Academia de la Lengua describe el significado del refrán en breve línea: Dicho agudo y sentencioso de uso común. Y es cierto pues cuando  se escuchan los textos las personas se identifican con sus contenidos.

Resulta curioso  decir un refrán a propósito de una situación que vivimos en un momento determinado. Entre estos destacan: “A caballo regalado no se le ve el colmillo”, “A chillidos de puerco, oídos de carnicero”, “A Dios rezando y con el mazo dando”, “A falta de pan, tortillas”, “A palabras necias, oídos sordos”, “A todo puerquito le llega su san Martín”, “Agua que no haz de beber, déjala correr”.

El cubano es refranero por excelencia, en el momento menos esperado de una conversación sale a relucir una frase cargada  de conocimiento  y gracia con la que se está de acuerdo por su significado que retrata el tema del cual se habla.

Autores universales también lo han definido y lo han plasmado en sus obras. Entre ellos podemos señalar a: “Precioso espejo de la sabiduría popular, ganado en siglo.” de  Samuel Feijóo.

Francisco Rodríguez Marín, investigador español especializado en refranes lo define como: “Un dicho popular sentencioso y breve, de verdad comprobada, generalmente simbólico y expuesto en forma poética que contiene una regla de conducta u otra cualquiera enseñanza.”

El filólogo alemán Kart Vossler, que muy agudamente se ha ocupado de la vigencia del refrán, lo clasifica como “arenas movedizas de la poesías, pequeños poemas del habla, ruinas poéticas en medio de la prosa cotidiana o bien añeja sabiduría de sensatez prosaica frente a los sueños de la juventud.”

En el libro considerado el más antiguo del mundo, el papiro Prisse, se encuentran las célebres Instrucciones de Ptahhotpú. Este príncipe egipcio recogió la tradición oral popular.

En otro de los libros más viejos de la humanidad, el Rig-Veda hindú ( mil antes de nuestra era), se hallan refranes populares.

En el Pantchatantra se encuentran asimismo numerosos refranes irónicos del pueblo hindú.

Laot-sé, el maestro de Confucio, llenó de sabios refranes populares su enseñanza.

Aristóteles pensaba que los refranes populares llegados hasta él “eran restos venerables de antiquísimas filosofías ya olvidadas en su mayor parte.” Y se aficionó a ellas.

Importantísimo el libro de Los Proverbios (una de las fuerzas de la Biblia), es raíz de refranes en el mundo religioso oriental. Muchos refranes son reflejo del ámbito cultural, ecológico, económico, político y social, donde vive el pueblo que los genera:

Su amplio refranero abarca todos los temas de la vida: amor, política, religión, filosofía… Lo mismo encuentra un consejo (“La yagua que está pa´ uno, no hay vaca que se la coma”); una sentencia (“Chivo que rompe tambor con su pellejo paga”); advertencias (“Asegura la cerca por si halan el bejuco”), que singulares saludos y despedidas: “asere, qué bolá”, y “nos pillamos”, respectivamente.

También es muy común escuchar: “Como dice mi abuela…” y luego llega el refrán, porque han sido trasmitidos a través de la oralidad, de generación en generación, convirtiéndose en un relevante patrimonio cultural intangible.

En la isla la herencia cultural española es la más representativa en el refranero popular. Aunque predominan los que tiene un sentido un poco profano, destacan por repetidos aquellos relacionados con temáticas religiosas: “Más sabe el Diablo por viejo que por diablo”, “El que tiene padrino se bautiza” y “De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”.

Pero como dice el refrán “un solo palo no hace el monte”, así que también es muy considerable todo el arsenal de dicharachos provenientes de las religiones de origen africano, esencialmente la yoruba con sus patakines (leyendas de dioses), y las cofradías y fraternidades como la de los Abakuá.

 “La hora en la que mataron a Lola”, se estarán refiriendo a las tres de la tarde. Justo a esa hora, a mediados del siglo anterior, fue asesinada por uno de sus amantes una prostituta muy solicitada en La Habana.

También se habla de “La hora de los mameyes”, refiriéndose a las nueve de la noche. Durante la ocupación inglesa de La Habana (1762) los soldados británicos eran llamados “mameyes” por los cubanos debido al color de sus uniformes. A las nueve de la noche cerraban las puertas de la muralla que protegía la ciudad de corsarios y piratas, tradición que aún se recuerda con un simbólico cañonazo desde el Castillo del Morro.

Otro refrán basado en un contexto específico es “Búscate un chino que te ponga un cuarto”. Se remonta a los años entre 1853 y 1873, cuando llegaron a la isla más de cien mil chinos como mano de obra.

De las prácticas, tradiciones y rutinas de la campiña cubana, han surgido varios de los refranes que se conocen: “Donde comen dos, comen tres, donde comen tres, comen cuatro…”; y así sucesivamente, según las personas que estén a la mesa cuando llega una visita inesperada. Tal hospitalidad es parte de la idiosincrasia del cubano, que ofrece lo que tenga a quien lo necesite.

En la isla se prefiere hablar claro, con transparencia: “Al pan, pan, y al vino, vino”. Con esta frontalidad se asumen las conversaciones sobre cualquier tema, como el trámite de negocios y acuerdos.

Cuando escuche decir “el que tiene tienda que la atienda, y si no, que la venda”, debe saber que pueden referirse lo mismo a negocios que a relaciones humanas, como en el caso de dar atención a una pareja amorosa, si no después tendrá que atenerse a las consecuencias. Porque “de bajada todos los santos ayudan”, pero el esfuerzo debe estar presente siempre.

Por otro lado está la frase “Niño que no llora, no mama”. Si no comunica lo que necesita o desea, cómo será posible ayudarlo.

En Cuba existen muchísimos refranes que se utilizan casi a diario. Por ejemplo, cuando se expresa que “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”, seguramente se está ofreciendo aliento ante alguna situación de desgracia, subrayando que las malas rachas pasan.

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