La Feria del Libro va más allá de ser un suceso cultural y literario para convertirse en un espacio de intercambio entre los intelectuales y su público, en defensa de contenidos cada vez más enaltecedores y también en defensa de nuestras culturas identitarias.
Reunir a representantes de más de 50 naciones en un acontecimiento de esta naturaleza, y en Cuba, significa la confianza de editoras y escritores, en lo trascendente que puede ser el intercambio y el conocimiento sobre qué se publica en otros países y dentro de fronteras.
En momentos en que se arrecia la estrategia para desencadenar la colonización cultural de los pueblos, y el barraje de contenidos que se generan en todas las plataformas requiere de un «filtro» entrenado para saber qué se nos propone, la Feria Internacional del Libro de La Habana además de convertirse en una vía de recreación sana y educativa, actúa como antídoto para enfrentar cualquier contenido perverso.
Por eso, la idea de concebir un país invitado de Honor durante cada edición de la Fiesta del Saber y la Lectura deviene otro aporte que ha podido sostenerse en el tiempo, mucho más cuando la literatura proveniente de cada país seleccionado se pone a disposición de los lectores.
En este caso, Colombia —nación invitada de Honor—, nos muestra no solo su cultura, tradiciones e historia, sino que además nos ratifica que como nación también en el contacto directo con el Caribe, tiene muchos puntos de contacto con nuestra idiosincrasia.
Serán diez jornadas de sano esparcimiento, una fiesta de la lectura, siempre esperada, porque «surte» conocimientos para muchos intereses y grupos de edades, lo que hace más atractiva cada edición de la Feria del Libro de La Habana. Es de las experiencias consolidadas en el tiempo que debemos defender, en el camino de continuar reeditando la frase martiana de Ser cultos para ser libres.