Continuando con los resultados de los estudios de la doctora Francisca López Civeira relacionados con los símbolos de nuestra historia, en el análisis de lo ocurrido en Guáimaro en abril de 1869 y su significación, ella nos dice que Martí valoró particularmente la manera en que Carlos Manuel de Céspedes había aceptado formas que no compartía por considerar inconvenientes las disensiones y así reflexionó el Apóstol de Cuba:
Él tenía un fin rápido, único: la independencia de la patria. La Cámara tenía otro: lo que será el país después de la independencia. Los dos tenían razón; pero, en el momento de la lucha, la Cámara la tenía segundamente.
En su medular trabajo titulado Céspedes y Agramonte, Martí hizo un paralelo entre ambos héroes cuando escribió:
“De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. El uno es como el volcán, que viene, tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona. De Céspedes el arrebato, y de Agramonte la purificación. El uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz, el otro vence. Vendrá la historia, con sus pasiones y justicias; y cuando los haya mordido y recortado a su sabor, aún quedará en el arranque del uno y en la dignidad del otro, asunto para la epopeya. Es preciso haberse echado alguna vez un pueblo a los hombros, para saber cuál fue la fortaleza del que, sin más armas que un bastón de carey con puño de oro, decidió, cara a cara de una nación implacable, quitarle para la libertad su posesión más infeliz, como quien quita a un tigre su último cachorro”.
Recuerda que estamos en la marcha junto a los grandes de nuestra historia…