Todos sabemos que entre las figuras simbólicas que tenemos en nuestra historia, Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo emerge como auténtico ejemplo de lealtad a la Patria.
Céspedes fue terrateniente, abogado graduado en La Habana y Barcelona, poeta, compositor, hombre amante de la práctica de deportes como la equitación, esgrima, natación y el ajedrez.
Hombre de vasta cultura, amable y elegante, encabezó el alzamiento del 10 de octubre de 1868 en su finca Demajagua, en Manzanillo, cuando dio a conocer el manifiesto que fue la Declaración de Independencia de Cuba.
Ese día le otorgó la libertad a sus esclavos y los llamó a combatir por la liberación de la patria. Otros alzamientos le siguieron, aunque con diferentes criterios organizativos y de modos de acción inmediata.
En abril de 1869, cuando se realizó la Asamblea de Guáimaro, que dotaría de una organización única a todos los grupos que se habían levantado en armas y dio al país una constitución republicana, Céspedes fue designado presidente de esa República en Armas.
De su intensa y agitada vida hay un gesto que marcó de manera indeleble su entereza, patriotismo y capacidad de sacrificio por la patria y fue la actitud que él tuvo ante las autoridades españolas cuando su hijo Oscar fue hecho prisionero en Camagüey, recién llegado en una expedición, y puesto a disposición del Capitán General.
La máxima autoridad española en Cuba ofreció a Céspedes la vida de su hijo a cambio de abandonar la revolución, entonces él dijo:
Oscar no es mi único hijo, lo son todos los cubanos que mueren por las libertades patrias.
El 29 de mayo de 1870 fue fusilado Oscar de Céspedes y Céspedes, su hijo; ese mismo año, en la prensa de los emigrados en Nueva York, se publicó lo siguiente:
“Todos los cubanos hemos visto en Céspedes desde hace año y medio, ¡al Primer Padre de la Patria!”.
Recuerda que estamos en la marcha junto a los grandes de nuestra historia…