Siempre que apreciamos un pequeño, pero a su vez grandioso ejemplo de cómo enfrentar situaciones adversas y convertir aparentes reveses en victoria, veo a Fidel.
Cada ocasión donde el zapato ¨aprieta¨, y las luces a final del túnel pudieran parecer más lejanas, y de la nada, con creatividad y optimismo emergen pequeños rayos de sol para continuar la marcha, ahí está Fidel.
En los momentos más complicados, donde pareciera que la naturaleza y también nuestros enemigos se alinean para levantar un muro de ¨obstáculos¨, y la fuerza de la unidad, la inteligencia y el esfuerzo cotidiano conforman un contingente de voluntades humanas para enfrentarlos, está presente el Comandante.
Cada año cuando, a pesar de la tozudez imperial y las amenazas por acabar con la Revolución, celebramos un nuevo onomástico para recordar la victoria aunque nos hayan tirado a matar, ahí están presentes también las enseñanzas de Fidel que corren en el ADN de cubanos patriotas.
En cada uno de estos ejemplos, está la materialización viva de lo que juramos hace ocho años, al conocer la irreparable pérdida física del Comandante de las mil Batallas: ¨Yo soy Fidel¨.
En esta corta frase de solo tres palabras están las esencias que conforman corazas de ideales y valores, pero también de trabajo y optimismo irrebatibles para reinventarnos, sin perder los principios que durante tantos años hemos defendido, y que si tuviéramos que resumirlos están en el concepto fidelista de Revolución, al que tendremos que aferrarnos, con inteligencia, creatividad, sentido dialéctico y conocimiento del marxismo, para no renunciar jamás a nuestros principios y continuar siendo una nación libre, independiente y soberana, afincados en el juramento eterno devenido el mejor legado y tributo a nuestro líder de la Revolución.
Por eso, prefiero recordar siempre a Fidel, vivo, presente, multiplicado. Porque es la manera de no dejarlo ir para las actuales y futuras generaciones.
Porque Fidel está presente siempre cuando recorremos el país de un extremo a otro; no los recuerda una escuela, un centro de investigación que ideó o fundó, las colosales obras hidráulicas que se esparcen hasta lo más recóndito de la geografía donde antaño jamás se avizoró, en el sistema electroenergético nacional y la generación distribuida que a pesar de su vetustez, su sola existencia ha sido garantía para, contra viento y marea evitar un colapso mayor.
Sin Fidel no hubieran sido posibles nuestras vacunas contra muchas enfermedades, porque a pesar de no estar ya físicamente entre nosotros, nos dejó la obra grandiosa del Polo Científico, para convertir al país en una nación de hombres y mujeres de ciencias, que hacen posible los sueños de salvar vidas.
De Fidel necesitamos aferrarnos al concepto de que siempre, aún en las circunstancias más duras, la palabra derrota y mucho menos rendición, no existen en nuestra filosofía de combate.
No por puro idealismo, sino porque nos asisten muchas razones para defender desde el humanismo, el internacionalismo, la solidaridad, el altruismo, los sueños de hoy y del mañana, para las actuales generaciones y las que están por venir.
Llegar a ser cómo Fidel es casi imposible, pero asumir lo mejor que nos dejó para llevarlo a la práctica, nos permite tenerlo siempre junto a nosotros, para entre todos, mantenerlo como un gran gigante.