“El orgullo más grande que yo siento en mi vida, es haber sido uno de los prácticos más fieles de Fidel en la Sierra Maestra; cumplí todo lo que él me pidió en la lucha en las montañas”.
Así lo cuenta el Capitán Julio López Granado, uno de los guías del Comandante en Jefe, Fidel Castro y del Ejército Rebelde, durante la lucha revolucionaria que culminaría con el triunfo de enero de 1959.
Nacido en fecha desconocida en el pequeño caserío de La Magdalena, en la desembocadura del río La Plata, en plena cordillera oriental, López Granado asegura que no tenía más de 12 años cuando, por azares de la vida o coincidencias del destino, allí mismo tuvo su primer encuentro con el Líder Histórico de la Revolución Cubana.
“Conocí a Fidel el 17 de enero de 1957, luego de la victoria rebelde en el combate de La Plata, cuando después de tomar el cuartelito de la localidad, tuvo que mandar a su práctico a otra misión y pidió la ayuda de los campesinos del lugar, y mi papá me mandó a mí, porque me sabía aquellos trillos como la palma de mi mano”, recuerda el Capitán, quien a sus más de 80 años conserva vívidas las imágenes del día que marcaría su vida para siempre.
En ese bautismo de fuego junto a los guerrilleros, López Granado trasladó a la tropa de combatientes hasta un lugar muy intrincado conocido como “Los llanos del infierno”, donde estaban enclavadas solo dos viviendas y donde, por idea del Comandante Ernesto Che Guevara, construyeron las primeras trincheras para protegerse de la posible represalia del ejército batistiano, tras la victoria de La Plata.
En aquellos primeros momentos de la guerra López Granado, quien echó raíces en Santa Clara y es uno de sus más queridos hijos, cumplió misiones muy difíciles y no olvida aquel día cuando descubrió al traidor.
“Cuando regreso de una exploración que me encomendó el Comandante en La Plata, con el objetivo de evaluar cómo estaba el movimiento del enemigo luego del combate, le cuento que han llegado barcos con más soldados, y allí vi, entre ellos, a Eutimio Guerra, quien hasta ese momento había mostrado supuesta simpatía por nosotros”.
“Yo estoy seguro que Fidel en ese momento no me creyó”, -asegura- pero a raíz de la traición de Eutimio es asesinado nuestro primer hombre: Julio Senón y es cuando Almeida corrobora los hechos a partir de mi información.”(Se refiere al Comandante Juan Almeida Bosque).
A partir de ahí, el más joven soldado rebelde ganaría la confianza absoluta del líder y se convertiría así en sus “ojos” por cada escarpado palmo de monte donde antes jugaba y recogía frutas con sus amigos.
Julio López Granado, Promesa, como le llamaban en la Sierra Maestra, también atesora el orgullo de haber salvado la vida del Che.
“¿Por qué usted no me autoriza a ir a mi casa a buscarle algo de comida y algunos remedios caseros, que mi papá es asmático y los toma?”, le preguntó el pequeño rebelde al Comandante Fidel, quien le aprobó su petición, y, en menos de lo que canta un gallo, el niño ya iba loma abajo rumbo a su bohío.
Luego de las lágrimas de recibimiento de su preocupada mamá, y al explicar que el médico de la tropa estaba muy enfermo y necesitaba ayuda, al mediodía emprendió el camino de regreso con los cigarrillos medicinales, los cuales progresivamente fueron aliviando la dolencia del argentino-cubano.
En la alborada de enero del 59, López Granado fue testigo de aquel histórico discurso en el Cuartel Militar Columbia, cuando iniciaba la mística de la Revolución.
“La entrada de Fidel a La Habana fue algo grande, pero lo más grande de todo fue cuando vinieron unas palomas y se le posaron en el hombro y no se iban, no se fueron hasta que él terminó de hablar”, explicó.
Desde aquel 17 de enero en La Plata hasta la llegada victoriosa a Santiago de Cuba, López Granado trasladó lo mismo mapas y correspondencias, que guió tropas, que movió cargamentos de armas o que puso a combatientes heridos a buen resguardo.
No fueron pocas las ocasiones en las que tuvo que memorizar largos mensajes y tragarse el papel, o lanzarse por peligrosos farallones de la Sierra para no ser capturado.
Luego de la victoria, López Granado tuvo el honor de acompañar a Fidel en su primer viaje a Venezuela y durante aquel memorable primer discurso en la ONU, porque a él, a Fidel, le fue fiel hasta siempre.
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