A pesar de las aplastantes victorias conseguidas en Polonia, la maquinaria de guerra alemana continuó la conquista de Europa, basándose en la llamada “guerra relámpago” o blitzkrieg, que combinaba el empleo de medios blindados, aviación y artillería, en apoyo de las fuerzas en tierra para romper las defensas enemigas.
La aparente tranquilidad que se vivió a finales de 1939, en la primavera de 1940 Adolf Hitler volvió a lanzar sus fuerzas armadas y navales, esta vez con una ofensiva sobre Dinamarca y Noruega, violentando el estatus de neutral de esta última.
Con Francia en la mira del Tercer Reich, los aliados occidentales esperaban que el ataque principal se produjera por la llanura belga y allí concentraron las mejores tropas francesas y británicas.
Sin embargo, una fulminante blitzkrieg arrolló los pequeños países de Holanda, Bélgica y Luxemburgo y continuó a través de Las Ardenas, un macizo boscoso que los galos consideraban intransitable por los tanques, por lo que apenas lo habían defendido.
De manera que las tropas aliadas quedaron atrapadas entre los alemanes y el mar y tuvieron que ser evacuadas por Dunkerke.
Con Europa prácticamente a sus pies, Hitler dirigió sus atenciones hacia la Operación Barbaroja, el plan de invadir la Unión Soviética, con la cual había firmado un Pacto de no agresión. Sin embargo, los planes del Führer tenían otro objetivo, expandirse hacia el Este y rendir la tierra soviética.
Es así que en junio de 1941, 134 divisiones compuestas por más de tres millones de soldados del Eje, atacaron las fronteras de la URSS, dando inicio a la llamada Gran Guerra Patria.
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