El arte que responde a los intereses de los pueblos es un arma de combate contra la colonización cultural, aún más en tiempos modernos donde la industria intenta imponer códigos dominantes como una tabla rasa para todas las naciones y donde están implícitos patrones de comportamiento y consumo que responden a interés capitalistas. Es un hecho.
Por eso, resulta tan importante el haber podido darles continuidad a los Festivales del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, esta vez en su edición 45, un espacio devenido oportunidad para los cineastas del continente y de otros lares para exponer su filmografía de contenido social, militante y también en defensa de la idiosincrasia e identidad cultural de los pueblos.
El certamen del celuloide de La Habana ha trascendido. Ya no es solo un evento competitivo como nació en sus etapas iniciales, sino además un escenario igualmente para el intercambio y la socialización de formas de hacer nuevo cine, y sobre cómo romper, en cierta medida, muros que impone la gran industria cultural capitalista, que excluye a todo lo que huela a denuncia y exponer la voz de las mayorías, silenciadas en los grandes certámenes donde se impone el patrocinio de importantes industrias para respaldar intereses particulares.
El Festival del Nuevo Cine de La Habana ha evolucionado. Desde el principio fue un suceso cultural popular, inclusivo, con gran poder de convocatoria de los públicos, que juzgó, evaluó y conoció con un sentido artístico realidades diferentes, ahora también, en un gran esfuerzo del ICAIC, el Festival comienza a ocupar espacios en las calles, como una muestra de la capacidad de resiliencia de esta institución en tiempos difíciles donde las alianzas militantes son imprescindibles, en abierta batalla contra los contenidos de cualquier tipo que se generan en la plataforma digital.
Puede decirse que el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano no queda solo en el límite temporal de los días de su realización, porque muchas de las obras después transitan en el tiempo y se mantienen en cartelera, o exhibidas en la pequeña pantalla.
Lo cierto es que el cine nunca muere. No se pondría prescindir de la emoción que causa el compartir un buen filme en la pantalla grande, con el ruido casi real de la acción que desarrolla, con la admiración o el asombro colectivo de quienes se deleitan con el llamado Séptimo Arte, con la posibilidad de la interacción con otros cinéfilos. El cine sigue siendo el cine, aunque los grandes emporios intenten llevarlo a un formato o plataforma más pequeña para sacar jugosas ganancias.
Gracias a sus fundadores y continuadores, por haber mantenido vivo a toda costa el Festival de Cine Latinoamericano de La Habana, es un bálsamo para el alma y también un momento siempre que nos permite trascender fronteras desde un arte bien logrado a favor de las mayorías.