Santiago de Cuba.- Vistiendo uniforme verde olivo con estrellas en sus hombreras, pistola a la cintura, y la decisión que inspiran las montañas orientales, llegó el comandante Raúl Castro Ruz, el primero de enero de 1959 al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba.
Habían transcurrido más de cinco años del infructuoso asalto protagonizado por jóvenes de la Generación del Centenario, dirigidos por Fidel, del que él había formado parte la madrugada de la Santa Ana, el 26 de julio de 1953.
Con paso y mirada firme, frente erguida y victoriosa, avanzó el entonces comandante de 27 años de edad, atravesando el polígono y la formación del regimiento militar de la segunda mayor fortaleza del dictador Fulgencio Batista, en el país. El Ejército Rebelde había derrotado la ofensiva de la tiranía batistiana en la Sierra Maestra, y Fidel estaba a las puertas de Santiago de Cuba, la ciudad que lo dio todo por tener ese día.
En memorable relato para los jóvenes santiagueros, en el auténtico escenario de los hechos la noche del 28 de enero de 1998, Raúl revivió los históricos momentos transcurridos el día que, ante su presencia, se rindió el cuartel Moncada.
“…resulta que a los cinco años, cinco meses y cinco días del glorioso ataque al Moncada, cumpliendo instrucciones de Fidel, entré por aquí con dos compañeros a hablar con los oficiales de la guarnición de cinco mil hombres que había en la ciudad, para llevarlos al Escandel para legalizar la rendición ante Fidel. Fue distinto: Me iban dando vítores por aquí, y vine solo con dos compañeros de escolta, yo creía que era de los primeros en entrar en el cuartel y aquí me encontré dos oficiales del III Frente, de Almeida, que ya habían entrado, pero yo tenía que hablarles a los oficiales.
“Y les cuento esa anécdota que se conoce poco: llego al despacho del jefe del regimiento, era Rego Rubido, un coronel el jefe, allí estaban que parecían unos palomos blancos todos los almirantes de la flota porque estaban las fragatas aquí, con sus gorras debajo del brazo, los jefes principales de la policía, y por supuesto, los del ejército”.
“Me pidieron que les hablara y digo, a eso vine, empujé contra la pared el buró del despacho del jefe del regimiento, en el mismo lugar que me interrogaron cinco años y medio antes. En la pared, hacia donde empujé el buró, había un retrato de Batista y otro del jefe del ejército, Tabernilla.
“Di un salto, me subí en el mismo, en primer lugar les hablé un discurso breve: vengo en nombre del Jefe de la Revolución a conducirlos al Escandel donde se encuentran todos los oficiales de la policía, la marina y el ejército, donde se tiene que producir la rendición incondicional; les advertimos a tiempo que los principales culpables iban a huir y ustedes tenían que quedarse aquí con nosotros; cuando terminé de hablarles me aplaudieron, me viré a la pared, arranqué el retrato de Tabernilla y se lo di al jefe del regimiento, arranqué el de Batista, lo alcé y grité ¡Viva la Revolución! Y se lo estrellé en el suelo a todos ellos.
“El jefe del regimiento se queda vacilando, no se atrevía a tirar el retrato del jefe del ejército, le digo: ¿Qué pasa? Por fin lo tiró y vuelvo a meter otro grito: ¡Viva la Revolución! ¡Viva Fidel!, etc. “Ahora viene la parte que quería contarles a ustedes, me dicen hay que hablarles a la masa de soldados, sargentos y al resto de los oficiales, y les digo ¿Dónde están? Dice en el polígono. Bajamos, y allí debajo de la bandera del 26 de julio y desde ese mismo balcón, sin micrófono, a capela, empecé a hablarles, decirle algo parecido a lo que les dije a los oficiales, adaptado en este caso para soldados, sargentos y demás oficiales que constantemente me interrumpían diciendo: ¡Gerolán, Gerolán! “Y todos así, armados todos: ¡Gerolán, Gerolán!
Me viro hacia uno de los oficiales de Batista y le digo: ¿Qué es lo que es Gerolán? Y dice no sé, me viro a otro, nadie sabe lo que es Gerolán, hasta que agarro a uno por el pecho: ¿Qué es lo que es el Gerolán ese? Era un teniente, nadie me decía, y se apareció uno: “mire comandante el Gerolán es el plus que le pagan por estar en campaña, creo que eran veinticinco o treinta pesos, y los jefes se lo roban y no se los han pagado”. “Digo, ¡ah! Está bien. Me vuelvo y les digo mañana tendrán Gerolán todo el mundo, oh, oh… Era y es muy difícil reflejar esto. ¡Si yo fuera escritor! Lo que eso representaba.
Se estaba acabando el mundo, el mundo de ellos, por supuesto, el pueblo en la calle que a veces ni me dejaban atravesar cuando venía, yo vine con el jefe del ejárcito de aquí, cuando vine del Escandel y el jefe de la policía, que más tarde hubo que juzgarlo por asesino, y aquella gente hablando de su Gerolán.
“Y siento entonces como ustedes los santiagueros, entienden, un trueno que precede los temblores ¿no? Y digo: ¿Y eso qué es lo que es? Y sigue el ruido, ya los de aquí se han calmado porque se les va a pagar el Gerolán, y me dicen: “comandante esos son los presos, pero no los suelte”, me dice un oficial, y le digo ¿Por qué, nuestros? Dice no, no, nuestros pero son delincuentes. Digo mándenles un aviso que cuando acaba aquí arriba voy allá abajo; y así lo hice, cuando bajé estaban que no cabían ni acuclillados, ni sentados menos, ¡porque eran tantos los que estaban! Me pidieron, que ya que se cayó Batista lo pusieran en libertad, digo: cuando el cuartel esté en manos nuestras los pondremos en libertad.
“Cuando salí de aquí esos mismos soldados me cargaron, una multitud me llevó en hombros hasta una casa de un sargento de Batista, ahí me tuve que quedar y esperar que Fidel llegara, y los otros compañeros, con los ómnibus, fueron al Escandel, bajaron y es cuando se produce el mitin en el Parque Céspedes. “Y para concluir creo que es bueno que volvamos a recordar: ¡Que Santiago sigue siendo Santiago, la Cuna de la Revolución!”
Nota: Éste histórico relato fue publicado por primera vez el 30 de diciembre del 2008 en Radio Rebelde, por el periodista Carlos Sanabia Marrero.
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