Los espacios individuales y colectivos donde las personas interactúan pueden ser una noción cultural, de idiosincrasia, que varíe de una sociedad a otra. Son conocidas, por ejemplo, las mayores distancias que mantienen entre sí como zona exclusiva de confort quienes viven en naciones asiáticas, donde es difícil que alguien invada la barrera invisible de una excesiva cercanía.
Pero bueno, ya sabemos que en Cuba somos cualquier cosa, menos asiáticos. A veces parecería que en nuestra manera de ser están la confusión y la expansión de los espacios personales, y no solamente en su dimensión física, aunque también la incluye, comenta el periodista Francisco Rodríguez Cruz.
Nos saltamos con frecuencia las barreras que indican la prudencia, y por qué no, el respeto a la intimidad ajena. Es cierto que eso nos dota de una calidez e irreverencia en el trato muy particular, lo cual a menudo sorprende y halaga a quienes nos visitan desde otros países, o en ocasiones nos reconforta como individuos. Pero, cuidado, ya sabemos que todos los extremos son malos.
¿Quién no sintió alguna vez que ha sido víctima de un exceso de confianza? Desde preguntas indiscretas, hasta saludos tan efusivos que rondan con la desvergüenza, serían quizás de los síntomas menos graves de ese irrespeto a la privacidad.
Porque luego vienen las invasiones menos sutiles, no pocas veces escandalosas, de nuestro espacio vital, que bien puede ser la estancia abusiva en el portal de la casa ajena, en las escaleras y rellanos de las zonas comunes de un edificio, la trasgresión de límites en un patio, un balcón, en fin, el irrespeto a lo ajeno.
Esto hace que vivir en colectividad a menudo resulte complicado, y en bastantes ocasiones puede ser motivo de conflictos, que deberíamos y podríamos evitar solo con la precaución de no violentar los espacios ajenos. No solo basta con seguir la máxima de no hacer a los demás lo que no nos gusta que nos hagan, sino que debemos pensar si lo que a nosotros nos gusta, no incomoda en algo a los demás.
Ocurre no solamente en la distancia física, sino también en la espiritual. A veces cualquiera te viene con una intromisión en tus asuntos privados, a dar consejo sin que se lo pidas, o a ofrecer consideraciones, de frente o por la espalda, sobre la conducta de las demás personas. Ni siquiera es un requisito conocerte. En una cola, una parada, en el ómnibus o el taxi, parecería que cualquiera puede interpelar, cuestionar, opinar sobre lo que considera que nos conviene más o no.
Por supuesto, siempre hay a quien tales acciones puede que no le incomoden, y hasta le resulte útil o gratificante que alguien le prodigue tal atención; pero debemos pensar que es probable también el caso contrario, que pongamos en una situación embarazosa a la otra persona, con una irrupción, física o subjetiva, en su espacio individual.
No somos asiáticos, es cierto. Ya lo dijimos al inicio, y como norma preferimos la calidez y la solidaridad en las relaciones interpersonales. Pero, alerta. Aprendamos a respetar en cada individuo, parafraseando al poeta, el breve espacio en el que tú… no tienes por qué estar.
(Fuente: Haciendo Radio)