El historiador es un obrero del tiempo. Rolando Rodríguez García fue un creador en ese taller donde el reloj subraya el quehacer intenso de la humanidad. Martí creía firmemente que, de amar las glorias pasadas, se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas. No muere el hombre que trabaja en esa fuente perpetua de tanta carga simbólica.
Con el Premio Nacional de Ciencias Sociales y Humanísticas 2007, se le reconoció la virtud científica, el calado y las alturas del pensamiento. Sus ensayos le concedieron, sin dudas, un sitio en el canon escriturario de la nación. República Angelical radica un pacto del narrador con el mester de los recuerdos. Para unos, fue otro libro de historia. Para él, definitivamente, su novela.
Vuelve a hablarse del viaje a una estación sin muerte. Lo imagino siempre en el ojo de la tempestad, testigo de los vientos huracanados de la historia, en un intento de recorrer el pasado, con sombrero de pajilla en las calles desbordadas, en esa pasión tan suya de recomponer actancias, de cambiarles la suerte a los héroes, para que las revoluciones no se vayan a bolina.
El homenaje ya articuló consensos: se le sabe en regreso perenne. No habrá despedidas. En la pertinencia de un libro nuevo, en el estudio de la historia donde descansa la identidad de millones, Cuba le dispensa un abrazo inacabable al profesor Rolando Rodríguez García.
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