El ocho de enero de 1959 la alegría tuvo rostro de rebeldes. Muchos habaneros evocan la fecha como un suceso irrepetible: todos a la vez querían tocar a los, barbudos, darles las manos y abrazarlos para demostrarles el agradecimiento por traer la libertad.
Con Fidel al frente ellos estaban radiantes y regalaban collares de Santa Juana y casquillos de balas a los niños como recuerdo, así como, otras muestras de cariño.
Afirman quienes estuvieron allí como espectadores y protagonistas de la llegada triunfal de Fidel Castro al frente de la Caravana de la Libertad, que desde el dos de enero había salido de la provincia de Santiago de Cuba, que aquel día hizo un intenso frío.
Uno de ellos fue Rafael Yera del Portal, integrante de la tropa liderada por Fidel quien recuerda la euforia del pueblo que gritaba: “ya somos libres”, mientras daba vivas a la Revolución, al movimiento revolucionario 26 de julio y a Fidel.
La llegada triunfante a La Habana de los barbudos, como la población identificó en aquel momento a los miembros del ejército rebelde quedó para siempre en la memoria de quienes tuvieron el privilegio de vivirlo.
En toda la trayectoria de la caravana primaron el entusiasmo y la emoción traducidos en una exaltación desbordante traducido en reiteradas y efusivas vivas de la población, a quienes traían la libertad desde la Sierra Maestra.
A Pedro Labrador Pino, otro de los entonces rebeldes, le asoma la emoción a los ojos cuando dice: “en todas las calles el pueblo los esperaba; era tanta la multitud que los carros no podían avanzar, no puedo evitar emocionarme cuando evoco aquellos días; me veo como entonces muy feliz”.
Un gigantesco acto político donde el pueblo reafirmó el apoyo a la naciente Revolución, se realizó ese día en el lugar que antes de 1959 fue el Cuartel Columbia, símbolo de la opresión y la barbarie de la dictadura de Fulgencio Batista y a partir de esa fecha, Ciudad Escolar Libertad, donde se educan las nuevas generaciones de cubanos.
José Alberto León Lima, Leoncito, como lo llamaba Fidel era uno de los miembros de la escolta del Presidente Cubano; más tarde su chofer.
“Desde horas muy tempranas la gente estaba en las calles con banderas cubanas y del 26 de julio en las manos, desde la provincia de Matanzas hasta La Habana; todos querían montar en el carro donde venía Fidel”-recuerda quien en 1959 tenía 21 años de edad-.
“Yo venía con él en el yipi -aclara-, él no llega a la Habana desde el municipio El Cotorro en un tanque como muchos creen; allí se baja del vehículo, que era donde también venía su hijo “Fidelito”, y toma uno nuevo que lo trae junto a otros combatientes hasta Columbia”.
Sobre lo que más lo impresionó en aquellos momentos afirma: “Estar al lado de Fidel, acompañarlo en toda la trayectoria desde Oriente hasta la Habana; pertenecer a su escolta, que considero un honor, un privilegio y un orgullo”.
Aquel día el máximo líder de la Revolución pronunció un histórico discurso que los cubanos recordaremos siempre; en una de sus partes afirmaba: “se ha andado un trecho, quizás un paso de avance considerable. Aquí estamos en la capital, aquí estamos en Columbia, parecen victoriosas las fuerzas revolucionarias; el gobierno está
constituido, reconocido por numerosos países del mundo, al parecer se ha conquistado la paz; y, sin embargo, no debemos estar optimistas. Mientras el pueblo reía hoy, mientras el pueblo se alegraba, nosotros nos preocupábamos; y mientras más extraordinaria era la multitud que acudía a recibirnos, y mientras más extraordinario era el júbilo del pueblo, más grande era nuestra preocupación, porque más grande era también nuestra responsabilidad ante la historia y ante el pueblo de Cuba”.
El ocho de enero de 1959 será recordado como un día de gloria y un acontecimiento histórico que nunca se olvidará.