La eficiencia es un concepto bastante llevado y traído en nuestro discurso económico cotidiano, aunque no siempre logremos aterrizar con total precisión en todas las causas que nos alejan de ella.
Si entendemos que ser eficientes es conseguir los objetivos que perseguimos mediante el empleo más racional de los recursos y la mayor efectividad posible, entonces quizás nos sea más fácil desentrañar el misterio de por qué no alcanzamos la eficiencia de un modo sistemático y constante.
No somos eficientes todos los días porque serlo más, o serlo menos, no es algo que dependa única y exclusivamente de nuestra voluntad, comenta para Haciendo Radio Francisco Rodríguez Cruz.
Cualquiera puede llegar un día a su escuela o su trabajo más o menos cansado, con alguna preocupación personal, o cualquier otro malestar que le impida rendir al máximo durante esa jornada. Pero si se cumplen determinadas premisas, es posible que eso no impacte en la eficiencia final que se alcance a lo largo de un periodo de tiempo más extenso.
Porque el empeño e inteligencia que de forma individual le consagramos al trabajo que nos toca a cada cual puede ser un elemento de gran impacto en la eficiencia, pero ello no basta para que ese resultado permanezca, sea duradero.
Hay que contar con sistemas de trabajo que garanticen, permitan y estimulen que las personas sean eficientes más allá de sus deseos; o sea, que organicen los procesos económicos y sociales de una forma que cada individuo tenga necesariamente, como decimos popularmente, que entrar por el aro.
La persona más esforzada y capacitada poco o nada conseguirá en materia de eficiencia si el contexto no le permite desarrollar de manera correcta sus potencialidades. E incluso hasta un grupo de personas o un colectivo aislado puede tener condiciones para un buen resultado económico, y que su gestión naufrague al vincularse con otros eslabones que no tienen igual desempeño.
Porque ser eficientes es el fruto de una relación entre varias partes, donde existe una planificación previa, aseguramiento y organización, control y exigencia, motivaciones y compromiso.
El liderazgo, los adecuados métodos de dirección y el ejemplo personal también son elementos que mejoran y arraigan la eficiencia.
Pues aunque esta tiene mucho que ver con la disponibilidad y empleo correcto de los recursos materiales, de manera que rindan al máximo, la eficiencia no deja también de guardar relación con un clima subjetivo, con un estado de ánimo que retroalimenta lo bien o mal que cada cual haga en un colectivo laboral.
Porque aunque eventualmente podamos tener una pérdida económica, o un retroceso coyuntural en este o aquel indicador de la producción o los servicios, es posible diseñar sistemas de trabajo que permitan, como norma y con una regularidad que marque una tendencia positiva, ser eficientes.
(Fuente: Haciendo Radio)