Acerca de lo que
experimentó al ver a su primogénito
con un ataque de asma y cómo después
el niño solía reaccionar ante la falta
de aire, Ernesto Guevara Lynch señaló:
“Yo nunca había presenciado un ataque
de asma y cuando lo noté con bronquitis y
fatigado llamé a un viejo vecino nuestro
–el doctor Pestaña - quien no dio demasiada
importancia a la enfermedad y diagnosticó
bronquitis asmática sin complicaciones, conectando
este ataque con una vieja neumonía que Ernesto
había contraído en la ciudad de Rosario,
a los pocos días de nacer. Le recetó
lo corriente en aquella época: calor, jarabes
con adrenalina, cataplasma y otros paliativos.
“Ernesto mejoró, pero el asma, aunque
aliviada, no desapareció. El doctor Pestaña
comenzó a preocuparse por su persistencia.
Por fin mejoró bastante, pero en cuanto se
le descuidaba en el abrigo, o por cualquier otro
motivo, le volvían los ataques asmáticos.”
“Ernesto se iba desarrollando con ese terrible
mal encima y su enfermedad comenzó a gravitar
sobre nosotros. Celia pasaba las noches espiando
su respiración. Yo lo acostaba sobre mi abdomen
para que pudiera respirar mejor y, por consiguiente,
yo dormía poco y nada.
“Cuando Ernesto apenas comenzaba a balbucear
alguna que otra palabra, decía: “Papito,
inyección”, en el momento en que el
asma se le acentuaba. Esto da la medida de cual
seria su sufrimiento al no poder respirar con libertad;
los niños tienen terror al pinchazo y el,
en cambio, lo pedía porque sabia que era
lo único que le cortaba los accesos.”
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