Poco tiempo
después de haber concluido en 1953 los estudios de
medicina, Ernesto Guevara emprende un nuevo viaje. Inicialmente
tenía previsto dirigirse hacia Venezuela para reunirse
con su amigo Alberto Granado, más, después cambió
de idea y fue a parar a Guatemala.
Alberto Granado patentizó lo que motivó que
Ernesto variara su propósito, y también cómo
se enteró que viajaría hacia el país
centroamericano.
Al graduarse, emprende un viaje para encontrarse conmigo en
Venezuela para discutir si seguíamos el recorrido o
nos dedicábamos a algún tipo de investigaciones
en el leprosorio de Cabo Blanco, donde yo ejercía mis
funciones.
No quería pedir dinero a nadie, y se valía de
sus propios medios para todas esas cosas, lo encontraba más
romántico, realizarlo de su manera peculiar. Con dos
o tres compañeros, tomó “un tren lechero”...
que va desde Buenos Aires hasta La Paz, Bolivia, un tren que
va parando en todas las capitales grandes y pequeñas:
una cosa terrible.
Y allí atravesó el lago Titicaca, donde ya habíamos
estado en el viaje anterior, y siguió a lo largo de
la costa, porque tenía cierta prisa en llegar a Venezuela.
Sin embargo, al llegar a Guayaquil, Ecuador, se encontró
con el abogado porteño Ricardo Rojo, exiliado de mi
patria, que se había fugado espectacularmente de la
cárcel. Exiliado en la sede del gobierno de Guatemala
en Buenos Aires, un diplomático guatemalteco lo acompañó
hasta ese país.
Rojo, que no había conocido a Guevara, expresó
palabras que decidieron al Che.
Cuando Ernesto contó a Rojo su propósito de
seguir a Caracas para reunirse conmigo y trabajar en algo,
el abogado contestó: “Guevara, ¿cómo
te vas a ir a Venezuela, un país que sólo sirve
para juntar dólares? Vente conmigo a Guatemala, que
allí se está llevando a cabo una verdadera revolución
social”.
Debido aquella invitación, recibí de Ernesto
una nota que decía: “Petiso, me voy para Guatemala.
Después te explico”.
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