Cuando desde las grandes potencias se tratan de introducir formas y tradiciones culturales por encima de las autóctonas, intentando crear patrones homogéneos para todos los países sin respetar identidades nacionales, se comienza a transitar por un despiadado camino de colonización cultural muy peligroso porque apunta a borrar los principales símbolos que, devenidos huellas, actúan como pequeñas luciérnagas para recordarnos de dónde venimos y que nos sostiene.
Para nadie es un secreto que borrar el pasado, es decir la historia y con ella la cultura, nos convierte en rehenes de quien nos intenta colonizar, endulzar la mirada y el oído, y hacernos presa más fácil.
La gran industria cultural, donde predomina el dinero, introduce explícia o implícitamente códigos que cuando los desmontamos con detenimiento están dirigidos a tergiversar la historia, sedimentar ¨valores¨ donde el que más tiene es el que manda, a contar historias con un enfoque diferente al real, donde los buenos son los poderosos que necesariamente no tienen más remedio que defenderse y los malos son aquellos que intentan rebelarse ante el estatu quo predominante. Una especie de Goliat frente a David, con final feliz para el primero según como se pretende contar.
Uno de los acontecimientos culturales más importantes de la Revolución cubana en sus inicios fue sin dudas la Campaña de Alfabetización, idea de Fidel cuando ya desde entonces afirmaba que desde ese momento todo sería más difícil y nadie podría pensar que sería más fácil.
En la medida que el tiempo pasó y se superó ese primer momento de aprender a leer y escribir masivamente, entonces el Comandante en Jefe apreció igualmente era necesario emprender la Batalla de Ideas que fue más allá de leer el mundo, saber y conocer sus códigos, y se extendía a aprehender herramientas para separar lo nocivo de lo emancipador. Y no faltó razón, se adelantaba en el tiempo.
La vida ha demostrado que con las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones si no se disponen de esas herramientas corres el riesgo de que te confundan y enreden en las ¨redes¨ de la información falsa y nula de objetividad, distorsionada. Como dijera el líder histórico de la Revolución asumir un reflejo condicionado ante la información que el enemigo brinda, impide pensar.
La guerra cultural es un arma que no dispara proyectiles pero mata el pensamiento, limita el reconocimiento de lo verdadera autóctono y el patrimonio de las naciones, es el paso previo para debilitar e inmovilizar a las personas, para después lanzar la caballería que significa la guerra y el coloniaje. Es el desafío hoy, que debemos enfrentar y ganar.