Son muchas las mujeres vinculadas a la historia de la nación cubana. Pero, para hablar de la emancipación femenina, tanto en Cuba como en Latinoamérica toda, es necesario recordar a Ana Betancourt que también se destacó por su patriotismo, valentía y resistencia revolucionaria.
Basta con evocar un episodio de su vida cuando ya se había alzado en la manigua para luchar por la independencia de Cuba: Así lo recoge un sitio web consultado.
El 9 de julio de 1871, Ana Betancourt fue capturada y hecha prisionera. Debería pasar noventa días atada bajo una ceiba y sufrir el asedio del jefe enemigo. Aún amenazada de muerte, se negó a convencer a su esposo de que se rindiera. Finalmente, una noche logró fugarse.
Era el cebo para capturar a su esposo, la pieza de intercambio para rendir al Coronel del Ejército Libertador Ignacio Mora y obligarlo a deponer el machete mambí. Atada bajo una ceiba, Ana Betancourt mira sus manos y apenas reconoce la imagen de señora refinada que deslumbró a Camagüey años atrás. Tiene las uñas sucias y desgastadas, los dedos engarrotados, roto el vestido. A ratos intenta doblar las piernas, pero el reuma le mantiene inflamadas las rodillas. También padece tifus y los escalofríos le recorren el cuerpo. La fiebre a veces le confunde la mirada.
Ante cada embate siempre tiene la misma respuesta: “Me pueden fusilar; pero no le escribiré a Ignacio Mora para que se presente ante las autoridades coloniales. Prefiero ser la viuda de un hombre de honor a ser la esposa de un hombre sin dignidad y mancillado”.
Nacida el 14 de diciembre de 1832, Ana es la sexta hija de Diego Betancourt y Ángela Agramonte y Aróstegui, uno de los matrimonios ilustres de Puerto Príncipe.
Ella tenía 21 años cuando se casa el 17 de agosto de 1854 y el Coronel del Ejército Libertador Ignacio Mora contrario a las formalidades de su tiempo, la alentó a ampliar sus conocimientos y no la relegó a la vida hogareña. Ana tomaba parte activa en las tertulias organizadas en su vivienda mientras de forma autodidacta aprendió inglés y francés. Era una adelantada a su tiempo.
Su casa fue refugio de perseguidos, almacén de víveres y armamentos y desde ahí se recoge y transmite información. De las manos de Ana surgieron varias de las proclamas que comenzaron a circular en la ciudad y entre los mambises. Ella representa un peligro para España y el gobierno decreta su captura.
El 10 de octubre de 1868 Carlos Manuel de Céspedes se adelanta en La Demajagua y llama a la guerra; el 4 de noviembre siguiente Ignacio Mora es uno de los camagüeyanos que se levantan en Las Clavellinas.
Cuentan los historiadores: “solo ha pasado un mes exacto desde ese acontecimiento y Ana también debe abandonar su hogar. Está a punto de cumplir 36 años y el monte la espera. En la manigua por fin vuelve a abrazar a Ignacio”.
Es evidente para todos que la vida no es sencilla en los campamentos mambises. En ocasiones hay poco de comer, en otras el enemigo obliga a la marcha apresurada para evitar un combate desigual. Como ella, otras mujeres también permanecen en la insurrección y contribuyen a la causa.
República de Cuba en Armas. De la reunión Céspedes sale investido como Presidente aún con disputas internas que luego serán fatales. Un mes después Carlos Manuel de Céspedes llega desde Oriente, mientras de Las Villas arriban otros patriotas.
Es 10 de abril y comienza la primera Asamblea Constituyente.Hay festejos en el pueblo. Ana se apresura y le muestra a la recién electa Cámara de Representantes una petición para que, una vez establecida la República, le otorguen mayores derechos a las mujeres.
En la noche del 14 de abril sube a una tribuna improvisada y habla en medio de la multitud. Afirman que para reafirmar el nuevo estatus recién adquirido por los cubanos libres, llama ciudadanos a quienes la escuchan. “Llegó el momento de liberar a la mujer”-afirma-.
A pocos metros el propio Céspedes la escucha con atención. Cuando termina el breve discurso se acerca para felicitarla y le anuncia que: los historiadores del futuro hablarán de ella como una adelantada a su siglo.
Ana Betancourt afirma “que el fuego de la libertad y el ansia del martirio no calientan con más viveza el alma del hombre que la de la mujer cubana”. Tal afirmación la historia de Cuba se encargó de demostrarlo.