A los ocho estudiantes de Medicina asesinados el 27 de noviembre de 1871 les sonreía la vida. Como jóvenes al fin, eran alegres, propensos a las risas y las bromas. Mimados por sus familias los estudios eran su principal preocupación en un medio hostil como era el gobierno del colonialismo español en la Isla.
Sus nombres y edades eran Alonso Álvarez de la Campa y Gamba (edad 16 años),Anacleto Bermúdez y González de Piñera (edad 20),José de Marcos y Medina (20),Ángel Laborde y Perera ( 17),Juan Pascual Rodríguez y Pérez (21),Carlos Augusto de la Torre y Madrigal ( 20), Eladio González Toledo ( 20)y Carlos Verdugo y Martínez ( 17).
Cuentan que era la tarde del viernes 24 de noviembre de 1871, y los alumnos de primer año esperaban en el Anfiteatro Anatómico la llegada de su profesor, Doctor Pablo Valencia y García, quien a las tres de la tarde debía impartir una clase de Anatomía. El anfiteatro estaba ubicado en lo que hoy es la calle San Lázaro entre Aramburu y Hospital, muy próximo al cementerio de Espada que en aquella época no se había aún clausurado.
Al enterarse los estudiantes de que demoraría la llegada del profesor, por un examen que tenía en el edificio de la Universidad, situado entonces en la calle O’Reilly esquina a San Ignacio, se dispusieron varios a asistir a las prácticas de disección que explicaba el doctor Domingo Fernández Cubas. Algunos entraron en el cementerio y recorrieron sus patios, pues la entrada no estaba prohibida para nadie.
Los nombres de estos eran Anacleto Bermúdez, Ángel Laborde, José de Marcos y Juan Pascual Rodríguez. Por otra parte, un joven estudiante de 16 años llamado Alonso Álvarez de la Campa, tomó una flor que estaba delante de las oficinas del cementerio. El vigilante del cementerio nombrado Vicente Cobas, mortificado porque aquel grupo de jóvenes “había descompuesto sus siembras”, hizo una falsa delación al gobernador político Dionisio López Roberts, el cual dijo que los estudiantes habían rayado el cristal que cubría el nicho donde reposaban los restos de Gonzalo Castañón.
Esa declaración de Cobas, fue motivo para que el gobernador fraguara con increíble prontitud un plan para elevar su “prestigio” ante sus superiores.
El profesor Pablo Valencia, quien asumió una actitud muy cobarde permitió el encarcelamiento de 45 de sus 46 alumnos de Anatomía Descriptiva, a los cuales encarcelaron a las ocho de la noche del sábado 25 de noviembre.
Sorpresa, incomprensión e ira, sintieron los estudiantes reprimidos y encarcelados al conocer que todo el odio implacable español caería sobre ellos sin imaginar la horrenda injusticia que planeaban los españoles..
Se efectuó el Primer Consejo de Guerra que procesó a los estudiantes en un juicio sumarísimo. El fallo no fue aceptado por los voluntarios españoles amotinados frente al edificio de la cárcel, por lo que fueron procesados por segunda vez y ocho fueron condenados a muerte. Fue un pretexto para desbordar el odio implacable, la injusticia y la barbarie de los gobernantes españoles hacia el pueblo cubano.
La ejecución fue realizada a las cuatro y veinte de la tarde del lunes 27 de noviembre de 1871, a sólo dos días de la detención de los jóvenes, en la explanada de la Punta, por el piquete de fusilamiento al mando del capitán de voluntarios Ramón López de Ayala. El luto y el dolor lo cubrían todo.
De nada valió la defensa del capitán español Federico Capdevila, quien sin temor a los voluntarios enardecidos, proclamó la inocencia de los estudiantes injustamente acusados, y dijo que en el supuesto de que hubieran profanado la tumba de Castañón, la sentencia no podía ser en ningún modo la pena de muerte. Según declaraciones del propio hijo de Don Gonzalo Castañón. las rayas que aparecían en la tumba estaban allí mucho antes de 1871.
La palabra asesino de forma repetida se escuchó tras las descargas de fusilería que segaron la vida a los ocho estudiantes de primer año de Medicina
No hubo oídos receptivos para la clemencia pedida por honestos ciudadanos, así como, por los familiares y amigos de los ocho jóvenes, y aquellos que en Cuba amaban la verdad y las causas justas: el odio y la prepotencia pudieron más que cualquiera otra razón lógica; ese día mataron a quienes por sus cortas edades apenas comenzaban a vivir.
A 153 años del trágico suceso que conmovió al país el 27 de noviembre de 1871, aún estremece imaginar la escena: un crimen para el cual no existirá nunca el perdón.