Carlos Manuel de Céspedes es uno de los símbolos más respetados por los cubanos. Él ejerció su profesión como abogado en su natal Bayamo, además de ser un promotor de cultura a través de la Sociedad Filarmónica y otros espacios en la ciudad, pero a partir de 1851 fue vigilado y perseguido por las autoridades españolas locales que lo veían como desafecto a España, de ahí que sufriera prisiones y destierros.
Por esa circunstancia, decidió radicarse en Manzanillo en 1852; no obstante, en 1855 fue detenido de nuevo y recluido en el navío Soberano, anclado en Santiago de Cuba, que servía de prisión temporal.
De retorno a Manzanillo ese año 1855, se dedicó a sus actividades como jurista y a explotaciones agrícolas, además de continuar su producción poética y sus colaboraciones con diferentes publicaciones periódicas del país.
En 1866, compró el ingenio Demajagua con dieciocho caballerías de tierra y cincuenta y tres esclavos. Céspedes era conocido por todas esas actividades más allá de Bayamo y Manzanillo. En la memoria ha quedado la canción La Bayamesa, compuesta por él, José Fornaris y Francisco Castillo, que es un canto amoroso de fino sentimiento criollo.
Desde el año 1867, comenzó la conspiración en distintas regiones del país a través, fundamentalmente, de logias masónicas pertenecientes al Gran Oriente de Cuba y las Antillas y Céspedes fue uno de los implicados.
Formaba parte del grupo que entendieron que había llegado la hora del levantamiento contra la colonia. En la llamada Convención de Tirsán, que fue la reunión de los conspiradores de Bayamo, Manzanillo, Tunas, Holguín, Jiguaní y Puerto Príncipe, frente a las dudas sobre la fecha para el levantamiento, Céspedes dijo:
La hora es solemne y decisiva. El poder de España está caduco y carcomido. Si aún nos parece fuerte y grande, es porque hace más de tres siglos que lo contemplamos de rodillas. ¡Levantémonos!.
Recuerda que estamos en la marcha junto a los grandes de nuestra historia. No te quedes, ven con nosotros…