Hay ruidos… y el ajetreo es constante. Sin embargo, por sobre todos los sonidos, se oye una tierna voz de mujer y una llanto que, sin lágrimas, responde. “Agarra la pelota, Oliver. Muy bien, mi niño, muy bien”.
Oliver y Yarianna viven un romance particular, con amores y conflictos dignos de una novela. Ella, rehabilitadora cubana de la Sala “Eduardo Gallego Mancera”, de Caracas. Él, un venezolano de 7 meses, protagonista de una historia en la que todos luchan por un final feliz.
Katiuska González, madre de Oliver, cuenta las primeras peripecias del camino que la llevó, con su hijo en brazos, hasta la Sala de Rehabilitación Integral de la comunidad de Longaray.
Yarianna Guillén Góngora, rehabilitadora de la Misión Médica Cubana en Venezuela, completa este triángulo amoroso. Oliver, Katiuska y ella rebozan optimismo, tras pocos días de terapia y ternura.
“El niño tiene 7 meses de edad, pero sus habilidades son las que tendría con un mes de vida. Acá en la Sala lo estamos ayudando a fortalecer sus músculos y huesos, para que funcionen correctamente. Oliver avanza muy bien, al ritmo ideal para un niño con su condición”.
La madre también disfruta de los avances del bebé. “Ya puede voltearse por ambos lados, y se sigue trabajando su columna, para fortalecerla y que logre estabilidad cefálica.”
“Con trabajo y paciencia, lograremos que Oliver gatee, pueda sentarse”, así dice, esperanzada, Yarianna. “Con amor, dedicación y las técnicas que usamos en la Rehabilitación, podremos lograrlo. No solo con Oliver, sino con todos los pacientes de la Sala”.
En la novela y en la vida de Oliver hay mucho amor. Según Katiuska y Yarianna, se trata del ingrediente infaltable para construir el futuro del niño.
“Más allá de su condición, desde que Oliver nació me pregunté qué podía hacer yo por mejorar la vida de mi hijo. La clave de todo es el amor y los avances, no rendirse, pensar que sí se puede. No se trata de lo que ya fue o en lo que no fue, sino en lo que ahora es y en lo que va a ser.”
“A los niños se les toma un cariño inexplicable, es como si fueran tu familia. Cuando los ves progresar, la alegría de los padres, es algo que no tiene comparación.”
En la Sala de Rehabilitación “Eduardo Gallego Mancera”, de Caracas, se vive un particular romance. Entre juguetes, pelotas, miradas y palabras, una rehabilitadora cubana y una madre de Venezuela luchan por Oliver y su felicidad.
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