Los 120 años del más universal de los pintores cubanos

Un día como hoy, 8 de diciembre de 1902, nace Wifredo Lam, considerado el más universal de los pintores cubanos, quien introdujo la cultura negra en la pintura cubana y desarrolló una renovadora obra que integra elementos de origen africano y chino presentes en Cuba.

La historiografía del arte, ha insistido en inscribirlo en entre los miembros del movimiento surrealista, del que resulta sin dudas un protagonista, sin embargo, la evolución y dinámica interna de sus obras revela una originalidad irreductible, convincente y deslumbrante al mismo tiempo. 

En el 120 aniversario de su natalicio compartimos, a modo de homenaje, las valoraciones que de su obra han realizado diversos intelectuales y artistas de Cuba y el mundo como Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, Lydia Cabrera y André Breton.

Quienes tuvieron oportunidad de asistir a la evolución de la pintura de Wifredo Lam, desde que redescubriera las secretas formas de la naturaleza americana y los fijara en cuadros de una concepción cada vez más personal y mágica, saben cuán lógica, asentada en realidades, fue la lenta y gradual elaboración de su mundo plástico —creado muy lejos de donde hubiera podido ejercerse, sobre él, alguna influencia estética. Partiendo de elementos muy sencillos, muy inmediatos ―a menudo el dibujo de una planta crecida en su jardín—, fue ascendiendo hasta el mito: hacia una mitología americana que hoy le pertenece por entero, con su zoología, sus seres volantes, sus signos, sus criaturas a la vez humanas y vegetales, que, partiendo de la célebre «Jungla» del Museo de Arte Moderno de Nueva York, se fueron fijando en lienzos cada vez más simples y monumentales, cada vez más sobrios de color, cuando no bullen en una vida propia tan activa y presente que mal se ve contenida por la barrera de los marcos.

Cubano por el nacimiento, Wifredo Lam pertenece por igual a todas las tierras de América donde aún existe una naturaleza desasosegada —todavía capaz de manifestarse en «febriles conmociones» de Génesis.

Alejo Carpentier, para el catálogo de la exposición de Lam en el Museo de Bellas Artes de Caracas del 8 al 22 de mayo de 1955.

Lam conserva también en el mestizaje cultural, que él ha sabido empastar en su europea paleta, sustancias innegablemente afroides. Al querer analizar la simbología de Lam se ha aludido al vodú haitiano, a la santería afrocubana, y a los ñáñigos habaneros (…); pero, en verdad, muy poco de esto aparece en la obra de aquel. En sus óleos y aguazos nada hay de pintoresco, descriptivo o que represente la esclavitud ni la cimarronería, ni látigos, cadenas ni cepos. En aquéllas tampoco tienen tambores, ni maracas, «diablitos» ni «mojigangas» (mascaradas), ni liturgias voduistas, santeras o ñáñigas, ni fetiches, máscaras o ídolos (…). En Lam se habrían hallado influjos del expresionismo africano aun cuando aquel nada tuviera de negroide en su linaje (…).

El afrismo en Lam no es una simple tendencia de escuela, para el aprovechamiento de ciertos valores expresionistas de las musas negras de África (…); ni mucho menos es una moda tornadiza, una banal y pasajara novelería de exotismo, como a menudo lo ha sido en París.

(…) En este pintor cubano coinciden las citadas corrientes de escuela, que él dominó en París, con ciertos elementos afroides que él sentía consigo y que sólo pueden asimilarse en una convivencia mental con ellos, tan prolongada e intensa que hayan llegado a sedimentarse en la subconsciencia (…). Los aportes afroides a la pintura de Lam pueden quizás estudiarse en tres aspectos: su simbología, su primitivismo y su religiosidad.

Fernando Ortiz, «Lam y su obra vista a través de significados críticos» (1950)

De la primera época analítica de Lam, no conocemos nada. Los cuadros pintados en España, los considera irremisiblemente perdidos en la confusión de la guerra. Es en París —como siempre— donde Lam se encuentra por entero a sí mismo: donde su sensibilidad, su talento y su personalidad se afirman vigorosamente en una nueva orientación decidida. El artista recibe como nadie, en el alma, el soplo estimulante y fecundo de París; allí se abandona, lleno de fe en sí mismo, y de esperanzas —y consciente de lo que quiere— a una verdadera fiebre de trabajo y de creación, sin más preocupación que la de su aventura plástica ni otro afán que el de exteriorizar el choque de una emoción en la nítida superficie del lienzo; fijar el misterio de un gesto, disponer la arquitectura complicada de una sensación…, con voluntad inteligente.

Lam trabaja entonces como un poseso, pero el lastre de una sólida preparación y su honradez, sobre todo —el respeto a la pintura como forma de expresión— su instinto, además del equilibrio y de la medida, lo salvan de toda posible borrachera y extravío. Con paso firme y seguro se empeña en la senda innovadora abierta por Braque y Picasso.

El gran español —figura central de una de las épocas más ricas e intensas de la historia del arte— lo deslumbra con la audacia de su genio prodigioso, que no cesa de crear, de señalar nuevos derroteros desconocidos, nuevas posibilidades estéticas hasta él insospechadas… Mas no sería justo decir que la sentida influencia de Picasso en Lam disminuya en lo más mínimo su personalidad, sino todo lo contrario; la fortalece y explica. (…) En Lam hay influencia de Picasso, mas, no imitación, que es la renuncia de sí mismo y todo lo contrario de lo que pueda resultar de una auténtica influencia, la que exige afinidades profundas, y es como la aclaratoria y el reconocimiento de un nexo interior. (…)

Este hijo natural de Cuba, que no es un pintor de Cuba por el sentido universal de su arte ni por su formación —no hay palmeras, ni ceibas, ni piñas, ni «congas», ni nada típico, descriptivo, psicológico o anecdótico en su obra; sólo pudiéramos reclamarlo por el azar de su nacimiento— nos hace pensar en otra artista, cubana también y obliga a asociarla a Lam en nuestra estimación: Amelia Peláez, que traspasa los límites del localismo y sus balbuceos, y se sitúa discretamente en un plano de la nueva pintura.

Lydia Cabrera, «Un gran pintor: Wifredo Lam», Diario de la Marina, La Habana, 17 de mayo de 1942.

Nadie más que mi amigo Lam ha producido, con tanta sencillez, la unidad del mundo objetivo y el mundo mágico. Nadie más que él ha descubierto el secreto de la percepción física y la representación mental., cualidades que hemos buscado incansablemente en el surrealismo, porque el mayor drama de la conciencia moderna surge de la creciente separación de estas habilidades.

André Breton

(Fuente PL/Cuba Literaria)

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