Nunca conoció momentos malos en la caja de bateo

Quizá el refrán popular “De mi padre lo aprendí”, justifique la prematura presencia del pinareño en la pelota grande, apenas cumplido los 15 años de edad.

Su progenitor, Fidel Linares, jardinero y peligroso bateador zurdo, fue uno de los pioneros de los clásicos nacionales. Algo más de un lustro después nació Omar y para qué contar...

El muchacho defendió en la campaña de 1982 por primera vez la tercera almohadilla del equipo Pinar del Río, entonces bajo la conducción de José Miguel Pineda.

Precisamente, el propio Pineda, ahora con la batuta de la escuadra cubana, lo llamó a integrar el equipo que participaría en la VII Copa Intercontinental, celebrada en varios terrenos de Canadá (1985).

Omar llevaba la responsabilidad de sustituir al cienfueguero Pedro José Rodríguez y los números indican con claridad su labor, pues con el aluminio en las manos promedió 467 (30-17) y mantuvo inmaculada la casilla defensiva en 21 lances.

En lo adelante bateó a sus anchas a los serpentineros del patio y a los foráneos hasta el punto de que muchos, incluido el redactor, lo consideramos, simplemente, insustituible.

La trayectoria de Omar Linares recoge en total 20 campañas en los clásicos nacionales cubanos, en los cuales promedió 368 (5962 – 2195), de los cuales 785 fueron extrabases (404 jonrones, 54 triples y 327 dobletes, buenos para anotar 1547 veces e impulsar 1221 carreras hacia el plato.

Ningún otro bateador en la historia de la pelota del patio en cualquier tiempo presenta cifras tan productivas y si de trascendencia internacional se trata, durante casi 20 años exactos vistió la camiseta con las cuatro letras CUBA.

También en dicho rango, las estadísticas son asombrosas, hasta el punto de participar en siete Copas Intercontinentales, seis Campeonatos Mundiales, cuatro Juegos Centroamericanos y del Caribe, igual cantidad de presencias en Juegos Deportivos Panamericanos y tres Juegos Olímpicos, sin incluir numerosos topes de exhibición frente a profesionales de varios países.

El muchacho hizo suya la tradición de batear en todo momento por encima de 370, promedio superior al consignado como total en los certámenes de casa.

Interrogado por el redactor acerca de cuál es el momento que más recuerda de su vida dentro de los diamantes, responde con singular rapidez:
“Creo que no quedará duda alguna si menciono el choque decisivo contra Japón en los Juegos Olímpicos de Atlanta (1996), donde tuve la oportunidad de conectar tres cuadrangulares e impulsar siete carreras para derrotarlos 13 x 9 y ganar la segunda medalla dorada”.

Tal vez por razones de humildad, Omar no quiso señalar que allí se convirtió en el primero y único bateador hasta el momento, capaz de sacar tres veces la bola del parque y la hazaña ganó mayor connotación al completarla con batazos sobre las vallas de los tres jardines.

Tampoco mencionó que en ese mismo terreno del Fulton County Stadium jugó la mayor parte de su carrera el estadounidense Henry Aaron, hombre con 715 batazos de vueltas completas en las Grandes Ligas, quien nunca pudo enviar la pelota hacia los graderíos del bosque derecho, según aceptó el legendario pelotero, testigo presencia de aquel histórico acontecimiento el 3 de agosto.

Además de las extraordinarias dotes con el bate entre las manos, como defensor de la esquina caliente, posición en la que se mantuvo de manera permanente, concluyó con promedio de 948, producto de cometer 285 pifias en 5499 lances.