Sus defensores capitalinos fundaron notable dinastía 
                          Wenceslao Gálvez  aparece en los libros como el primer líder de los bateadores (29-10-345) en la  historia del béisbol cubano, título alcanzado durante la campaña 1885-1986,  cuando apenas eran tomados en cuenta determinados liderazgos estadístico. 
                          Sin embargo, en años  posteriores también se convirtió en el pionero de los investigadores cubanos en  el deporte de las bolas y los strikes, luego de publicar la obra Base-ball en Cuba, en la cual relata  numerosos antecedentes sobre la naciente disciplina. 
                          A manera de  introducción señala de manera textual:  
“En cuanto al interés  de las jugadas son siempre distintas y cada una de ellas es exponente de los  imprevisto, en tanto que en la plaza el que haya visto lidiar a un bruto, sabe  de antemano, que habrá picas, banderillas y muerte, sin variación y si algo  turba la monotonía, será la diferencia entre las distintas agonías de los  caballos. 
                          En los toros se  reglan con orgullo las moñas que llevan al morir las fieras. En el base-ball,  en cambio, son las damas quienes premian la astucia de los jugadores, colocando  en los pechos las moñas queridas que no huelen a sangre”. 
                          Dentro de ese  interesante mundo, vale añadir que todo ocurría durante las década de 1880, en  la cual, paso a paso, el juego con pelotas guantes y bates ganó espacio público  entre los habaneros, al margen de lo novedoso, por el creciente rechazo a  cuanto significara relaciones con el poder colonial. 
                          Según consta en los  escasos documentos conservados, el club Habana fue el primero organizado, justo  en 1878, y siempre mantuvo como terreno, el ubicado en la calle Línea, en el  mismo lugar ocupado por el Hospital de Maternidad América Arias. 
                          Sus fundadores fueros  los jóvenes Nemesio Guilló y Emilio Sabourín, también integrantes de la  alineación original participante en la inauguración del primer torneo  organizado. Formaron parte de la directiva, lo señores Beltrán Senarens  (presidente),Ernesto Guilló (secretario), Alfredo Maruri (tesorero), el propio  Nemesio Guilló, Celestino Cuervo, Lorenzo Bridat y Joaquín Lancís como vocales. 
                          Otra de las grandes  figuras en la nómina habanista fue Esteban Bellán, cubano de nacimiento, quien  vivió largos años en los Estados Unidos, donde conoció el béisbol e incluso es  considerado el primer cubano en jugar de manera organizada, cuando lo hizo para  el equipo Troy, perteneciente a la Asociación Americana (1871). 
                          Los habaneros  conquistaron el primer gallardete, cuya inscripción señalaba la palabra Championship de 1878, en clara  referencia a la procedencia de nuevo pasatiempo. El certamen constó de cinco  desafíos en total y participaron, además, el Almendares (1-2) y Matanzas (0-3),  con clara victoria del Habana (4-0). 
                          Aunque la  superioridad del Habana resultó evidente en los primeros 11 campeonatos, pues  ganó nueve y otros dos pertenecieron a los Carmelitas del Fe, antes de la  suspensión por el reinició de la Guerra Necesaria (24 de Febrero de 1895), la  rivalidad entre Rojos y Azules alcanzó dimensiones notables en los diferentes  diamantes. 
                          La batalla de los  recursos puso a prueba los bolsillos de los promotores de uno y otro bando,  hasta encontrarnos en 1882 con la inauguración del Almendares Park, en la  avenida Carlos III. Y así lo recogió la prensa de la época: “Después del  traslado, los socios del Almendares reunieron una cantidad crecida de dinero  para construir una glorieta lujosa y rodeada de jardines… La reacción aldeana  de los fanáticos del Habana llevó a la edificación de otra, más sencilla, pero  más artística, según los favorecedores”. 
                          El encono de los  fervientes admiradores habanistas y los prosélitos almendaristas por el motivo  baladí  de las glorietas cobró algunos  incidentes fuera de los escenarios y así lo recoge en sus notas Wenceslao  Gálvez: 
“El Habana, como de  costumbre, había ganado el campeonato 1885-86 Por obra y gracia de la  generosidad de los directivos, los peloteros de la enseña roja, que eran  verdaderos ídolos nacionales, fueron retratados en la fotografía Maceo y expuestos sus retratos en la  sala de una galería, en la que figuraban la personas más distinguidas del país.  Pues no faltó el intransigente que arrojara una patata al cuadro, rompiendo el  cristal y manchando las figuras de los distinguidos atletas”. 
                          Una crónica relata lo  que podía ocurrir en cualquiera de las jornadas dominicales de la forma  siguiente: 
“Cuando se enfrentan  Habana y Almendares, desde la mañana los empleados del terreno se han subido  sobre el techo de las glorietas para colocar distintas banderas, anuncios del  desafío, mientras otros se ocuparon de izar los banderines respectivos en las  puertas de entradas. 
                          A partir de las once  de la mañana comenzaron a llegar al escenario los carritos del Príncipe a  vomitar pasajeros, que tomando cada cual su entrada, van colocándose en los  stands y gradas, o se quedan a pleno sol. Los aficionados muy pobres trepan por  los tísicos laureles del Paseo de Carlos III, burlando la perversidad de los  empresarios, quienes rodearon de espinas los troncos raquíticos de los árboles. 
                          En las ventanas altas  y paredones de las casas contiguas al terreno, se situaron algunos curiosos, a  lo lejos, sin poder aplaudir, porque tenían las manos ocupadas en sujetarse de  las piedras salientes o de los balaustres. 
  Como se hubieran  puesto de acuerdo, los habanistas se situaron en el extremo derecho de la  glorieta, cediendo el izquierdo a los almendaristas”. 
                          Las batallas  deportivas de los eternos rivales tomaron proporciones aún mayores a partir de  la alborada del siglo XX De ahí que los investigadores de la pelota cubana  prefieren dividirla en tres inolvidables momentos: 
  1882-1900.- Recogidas  en las líneas periodísticas de Wenceslao Gálvez. 
  1902-1946.- Dividida  en los años de altas y bajas vividos en el segundo Almendares Park (1919) y el  estadio La Tropical (desde 1934). 
                            1946-1961.-  Perteneciente al Grand Stadium de La Habana (hoy, Latinoamericano). 
                          Durante la primera  etapa, de puro romanticismo, cada uno de los jugadores luchaba a brazo partido  por defender los colores de sus respectivos equipos e incluso sufragaban los  gastos personales, ya que disponían de recursos para hacerlo. 
                          La situación comenzó  a cambiar por completo a partir de la instauración de la seudorrepública (20 de  mayo de 1902), cuando las condiciones económicas imperante provocaron la  presencia de jóvenes pertenecientes a estratos sociales pobres y muchos de  ellos pasaban sus gorras entre el público al concluir los juegos, bajo el  interés de recibir algunas monedas que proporcionaran cierto modo de  sobrevivencia. 
                          La incipiente crónica  deportiva local al referir tales circunstancias, dejaba en claro la desigualdad  y la mejor prueba de ello salto a la luz pública al retirar el equipo Matanzas  al no disponer de jugadores capaces de enfrentar a los trabucos rojos y azules. Otro tanto sucedió al Fe en la propia  campaña de 1908. 
                          Los cambios de  jugadores trajeron consigo innumerables contratiempos, ya que inmensa mayoría  de los seguidores consideraron como pecado capital vestir otra franela. Para  muchos era necesario vivir y morir abrazados al mismo banderín. 
                          Casi a punto de  concluir el referido campeonato, en el Almendares Park, unas líneas publicadas  en el Diario de la Marina describen la magnitud de lo sucedido: 
“En los terrenos de  Carlos III se ofrecerá una demostración de unánime simpatía a los jugadores de  base-ball que vistieron uniforme por puro amor al equipo a que pertenecieron  Los fanáticos cubanos no pueden olvidar a esos atletas que iniciaron y  terminaron su carrera en el mismo club, que no abandonaron nunca y cuyos  colores sirvieron sin recibir ni un solo centavo de beneficio. 
                          Por desgracia para el  deporte, las cosas han cambiado mucho y desde hace algún tiempo no tan solo se  toma como base primordial la pelota americana con sueldos que se pagan, sino  que se han repetido hasta los casos de ídolos que han abandonado las filas de  una novena para ir a militar a las filas de la novena enemiga. 
                          Y concluye: Todos  esos intereses puestos en juego han motivado la idea de premiar el romanticismo  de los viejos soldados que lo dieron todo por el triunfo y que no tenían otra  recompensa que la satisfacción de ese triunfo y el símbolo de las moñas  recibidas de las manos emocionadas de sus numerosas admiradoras”. 
                          Por aquellos días, un  numeroso grupo de peninsulares dio riendas sueltas a las emociones en los  partidos del jai-alai, juego de origen vasco, con llenos completos en el  denominado Palacio de los Gritos (Frontón), ubicado en las calles habaneras de  Concordia y Lucena. 
                          Los nombres de Luis  Gardoni, Macala, y José de la Caridad  Méndez, El Diamante Negro, acapararon  al gusto los titulares de los principales diarios y la participación de  numerosos jugadores importados consiguió, en buena medida, restarle cierta  popularidad al deporte de las bolas y los strikes. 
                          A manera de resumen  es posible señalar que en 83 Años de existencia, el Habana participó en 74 y  ganó en 30 ocasiones el acariciado título de monarcas. Debido a la agresividad  exhibida por sus jugadores, en corto tiempo, recibieron el bautizo de Leones. 
                          Los rojos, bajo la  dirección de su propietario Miguel Ángel González, conquistaron el último  campeonato en la temporada 1952-1953 y aquí cabe destacar la presencia en el cuadro  regular de cuatro jugadores estadounidenses: Dick Rand (receptor), Bert Hass  (inicialista), Johnny Jorgensen (camarero), Damon Phillips (torpedero), Lou  Klein (antesalista) y Bob Usher (jardinero central) ¿Cubanos? Ah, Pedro  Formental (jardín derecho) y Edmundo Amorós (jardín izquierdo). 
                          Como cambiaron  los tiempos, amigo lector. Eso nunca lo ponga en dudas… 
                             
                           
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