Cuando el béisbol cubano celebró los primeros 50 años de la inauguración del campeonato nacional de 1878, los viejos amantes del pasatiempo y los redactores deportivos revivieron interesantes pasajes de esta actividad.

Casi todos, de una forma u otra, fueron testigos excepcionales del singular acontecimiento y dieron riendas sueltas a sus anécdotas e incluso la especulación jugó un papel de primer orden.

Sin embargo, uno de los hechos menos esclarecidos aún salta a la luz pública, mediante la siguiente interrogante: ¿Cuál fue el primer equipo norteamericano que visitó Cuba?

Como la historia del béisbol cubano y las de otras acciones o hechos de la vida nacional fueron escritas de memoria,  a menudo, los recuerdos alcanzaron la categoría de anécdotas y brindaron referencias inconsistentes.

La redacción de estas líneas me obligaron a la búsqueda acuciosa en nobles archivos, entre ellos las añejas páginas de la revista BOHEMIA, donde encontré datos bastante fidedignos.

Eladio Secades, fundador en el año 1942 de la sección deportiva del semanario más antiguo de Latinoamérica, entonces tituló su comentario:

McGRAW, SHORT-STOP Y CUARTO BATE  y el tema estuvo avalado por la conversación sostenida con Agustín “Tinti” Molina, pelotero patriota y organizador junto al promotor Abel Linares de diferentes giras por los Estados Unidos durante la alborada del siglo XX.

“La hoja de anotación o box-score original es la mejor constancia y no importa lo que se haya hecho constar con anterioridad en otras publicaciones.
Cuando invadieron en 1891 el viejo Almendares Park, los integrantes del equipo All-American que tenía a John McGraw de torpedero y cuarto bate, nacieron para los calendarios del béisbol cubano las competencias internacionales.

El  All-American al que hago referencia, además de trazar el primer viaje de un equipo extranjero a Cuba, constituyó algo quizá más importante para el ángulo sentimental de los aficionados locales: la primera visita a la Capital de John McGraw, quien después como manager de los Gigantes de New York hizo una deliciosa costumbre de sus excursiones invernales a la Isla, donde cosechó simpatía y mereció tantos afectos.

La novena importada traía materiales tan escasos que fue necesario que un gran pelotero local, Antonio María García, el tan conocido y tan elogiado “Inglesito”, defendiera una de las posiciones en los jardines del grupo de visitadores.

El apoyo del “Inglesito” a la causa de las cinco soberanas palizas que los americanos les propinaron a los nuestros, no debe ser interpretada por los maliciosos como un avance precoz de los sistemas de quintas columnas, porque para bien del deporte y del negocio, era necesario que un pelotero nativo defendiese la bandera contraria y tocó en desgracia que los norteamericanos se llevaron tal vez el mejor.

El “Inglesito”, a juicio de los que lo vieron en su apogeo fue una de las auténticas glorias del pasatiempo. Excelente catcher, tercera base de amplios recursos, bateador natural y atleta completo.

Los del All-American debutaron contra el Habana apabullándolos con anotación de 17 x 0. En la segunda salida aniquilaron al Almendares con otro humillante balance de 14 x 0. A continuación le tocó el turno al Fé y sucumbió 11 x 4. Para inyectarle optimismo a los fanáticos y evitar la deserción en los graderíos que a diario aumentaba, se organizó un enfrentamiento del All-American con una selección de los mejores jugadores de los tres teams del patio, los cuales salieron bajo el impreciso rótulo All Cuban.

No hubo tampoco remedio. Los criollos, a duras penas pisaron tres veces el plato, mientras los forásteros fletaron 14 anotaciones.

La campaña fue clausurada por el Habana, de nuevo puesto de rodilla ante la superioridad definitiva de los yankees, con efectivo rendimiento de 10 x 1 en la tarde de despedida.

Si la historia del béisbol cubano ha sido injusta con alguno de sus servidores, por ignorancia de los que la han escrito o por carencia de datos, entre las omisiones debe ser incluido el nombre de Miguel Prats, jardinero derecho del Habana, quien jugó contra el All-American de 1891.

Prats fue en sus días una estrella de elevadísimo valor. Jugador inteligente, corredor veloz, con buen brazo y en el último año (1893-1894) como profesional se llevó la corona de bateo (104-41-394), a pesar de que ya padecía los efectos crueles e indescriptibles de un cáncer en la cara”.

Transcurridos más de cien años, 115 para mayor exactitud, de aquel contacto inicial, los aficionados de hoy reirán al conocer que en el primer desafío celebrado, la novena habanista cometió nada menos que 16 errores.

Seguro echarán por tierra, con un malicioso comentario la sentencia del viejo refrán: Cualquier tiempo pasado fue mejor.

En realidad, en aquella época  el béisbol en Cuba vestía pañales y no podían esperarse perfecciones técnicas en ninguno de los órdenes del juego, el cual, por cierto, era completamente distinto, incluso en las concepciones de los anotadores, pues todo lo que no fuera un fildeo salvador lo consideraban error.     Así se anotaban como marfiladas, las líneas feroces que golpeaban la punta del guante del jardinero, después de la bárbara diligencia y el esfuerzo sobrehumano.

Si el lector fija la vista en el recuadro, podrá apreciar que pitcher cubano tiene en su actuación cuatro errores, lo que de acuerdo con la forma de analizar el deporte en la actualidad es punto menos que imposible. En aquellos días no se conocían ni el infield hit ni el hit de piernas.