La discriminación racial cobró un alto precio a los peloteros negros estadounidenses 
                          El tema a todas luces  parece interesante, porque muchos seguidores del pasatiempo de las bolas y los  strikes ignoran cuanto pasaron esos hombres para jugar en casa propia. 
                          En fecha reciente, el  béisbol de las Grandes Ligas en los Estados Unidos celebró jubiloso las seis  décadas exactas transcurridas, a partir del 15 de abril de 1947, cuando el  moreno Jackie Robinson vistió la franela de los Dodgers de Brooklyn, en la Liga  Nacional. 
                          Las primeras referencias  sobre la presencia de los jugadores negros en los torneos norteños están muy  dispersos y la búsqueda de datos puso ante el redactor, la nota fechada el 11  de octubre de 1867, en la ciudad de Nueva York: “Los Uniques of Brooklyn  recibieron  a los Excelsiors of Philadelfia  para discutir por primera vez un campeonato  entre dos clubes formados íntegramente por jugadores de la raza negra.  
                          Ante una buena  concurrencia de espectadores blancos y negros los integrantes del Excelsior marcharon alrededor del campo  precedidos por los acordes de una banda musical y después consiguieron  imponerse con pizarra de 37 x 24”. 
                          Algún tiempo después,  otro suelto aparecido en la localidad de Pleasant, Ohio, recogía la presencia  de dos peloteros negros, entre los integrantes del club Toledo, Asociación  Americana (1884). 
                          Se trataba de los  hermanos Moses y Welday Walter, quienes apenas permanecieron en la alineación  una sola temporada, según los números recogidos en la Enciclopedia de Béisbol,  editada en Nueva York (2005). 
  Por cierto, una  anécdota bastante desagradable relaciona a Moses Walter con Adrian Cap Anson, considerado entre los  pioneros del béisbol de las Grandes Ligas. 
                          El furibundo racismo  de Anson lo llevó en 11 de agosto de 1893, a la sazón director del conjunto Chicago  White Stockings a cancelar el desafío que debía celebrar contra el Toledo, solo  al saber que Walter estaba insertado en la alineación. 
                          Interrogado sobre tal  actitud, simplemente declinó responder en detalles y gritó a viva voz: “Quiero  a todos los negros fuera del campo”. 
  Sin embargo, luego del  largo tiempo de cómplice silencio, la siguiente mención al tema ocurrió en el  año 1901, cuando John McGraw, famoso torpedero-manager de los Orioles de  Baltimore dentro de la recién fundada Liga Americana, contrató a un pelotero de  la raza negra Charlie Grant. 
                          Grant jugaba entonces  para el equipo Columbia Giants y lo hizo pasar por un descendiente indio  nombrado Chief Yokohama, pero Charles Comiskey, propietario de los Medias  Blancas de Chicago, conoció sobre el asunto y lo denunció ante la presidencia  de la Liga.  
                          Durante esa primera  década del siglo XX, la realidad histórica acerca del calvario discriminatorio  vinculó directamente a un buen número de los atletas negros con el béisbol  cubano, asunto siempre ignorado por los encargados de contar la verdad en aquel  país. 
                          A partir de 1907,  numerosos jugadores viajaron a la Isla y  Con anterioridad, mencionamos a Charlie Grant  y, precisamente, ese fue el primero de los invasores  foráneos en pisar un diamante cubano. 
                          Ese mismo año,  también viajaron Chappie Johnson, Grant Johnson, Harry Buckner,  Dan McClellan y Ray Wilson, todos con formidable desempeño en los respectivos  equipos que los contrataron.  
                          Así  y hasta la definitiva desaparición del racismo beisbolero predominante en las  Ligas Mayores, muchos de los mejores peloteros negros de los Estados Unidos  viajaron a Cuba para ganarse el pan nuestro de cada día.  
                          Tela por donde cortar 
  Lo ocurrido en la  Serie Mundial de 1919, en la cual participaron los Medias Blancas de Chicago y  los Rojos de Cincinatti, tras descubrirse que ocho peloteros del primer club,  Joe Jackson, George Weaver, Charles Rosberg, Oscar Felsch, Arnold Gandil, Eddie  Cicotte, Claude Williams y Fred McMullin, estuvieron involucrados en la venta de  juegos para beneficiar al Cincinatti restó confiabilidad a la institución y  muchos fanáticos se alojaron de los graderíos.    
                          Los batazos de George Babe Ruth con los Yankees de New Yok  en 1920 llamaron poderosamente la atención y los especialistas de la época  aseguran que revivió el juego de la inevitable catastrofe. 
                          Ese  mismo año, el jugador negro Rube Foster decidió levantar tienda propia y fundó  la Liga Nacional Negra. La plausible iniciativa estuvo limitada a varias  ciudades, pero tal circunstancia no impidió el desarrollo de peloteros del  calibre de Bullet Joe Rogan, Smokey Joe Williams, Leroy Satchel Paige, John  "Pop" Lloyd, Oscar Charleston, Joshua Gibson y Buck Leonard, entre  muchos. 
                          Aunque  existieron buenos equipos y el público respondía, los resultados de los  choques, incluidas las actuaciones individuales y las estadísticas colectivas  fueron casi siempre ignoradas por los diarios. 
                          De  forma ocasional fueron publicadas breves reseñas y tampoco las hojas anotación  ofrecieron debida cobertura para disponer de un archivo confiable. 
  Las  temporadas se efectuaron desde mayo hasta mediados de septiembre y los equipos  del Este y Oeste del país llegaron a celebrar seis partidos semanales para  cumplimentar calendarios de 100. 
                          El  grave proceso económico iniciado en 1929 trajo consigo que los representativos  de ambas costas no pudieran completar los programas y dividieron las ligar con  el interés de reducir pérdidas. 
                          Das  las excepcionales circunstancias, algunos encuentros fueron considerados  oficiales y los restantes como exhibiciones. En el primero de los casos  sirvieron para definir los ganadores de los campeonatos Las cifras de los  jugadores en las respectivas nóminas oscilaba entre 14 y 18, mientras los  cuerpos de serpentineros a duras penas llegaban a cuatro, sin tomar en  consideración relevistas. 
                          En  tal sentido, la utilización de pelotas más baratas que las empleadas en las  ligas de los blancos –obvias razones- benefició a los lanzadores, excelentes  dueños desde la lomita. 
                          Las  campañas de 1931 y 1932 depararon notables incrementos, lo cual permitió elevar  de seis a ocho la cantidad de equipos, pero en la de 1933 volvieron a dividirla  en dos partes y los ganadores de cada sección discutieron el gallardete. 
                          Los  parques también variaban en cuanto a las dimensiones. Por ejemplo, el Chicago  American Giants jugó en el enorme estadio Southside Park, al tiempo que el San  Luis Star lo hizo en uno de 260   pies (80,60 metros) por las líneas de foul. 
                          En  numerosas temporadas algunos equipos celebraron desafíos en los escenarios de  las ligas mayores y tales fueron los casos en el Polo Grounds de Nueva York,  Clark Griffith de Washington o el Forbes Field en Brooklyn 
  Joshua  Gibson, utilizado indistintamente en las posiciones de receptor o inicialista  es considerado el hombre de mayor poder ofensivo y en varias oportunidades  conquistó las coronas de jonrones y carreras impulsadas. 
                          Entre  los lanzadores la máxima atracción de las Ligas Negras resultó el gigante Leroy  Satchell Paige, capaz de acumular 123 victorias frente a 79 fracasos, aunque su  notabilidad en el circuito consistió en la fortaleza del brazo derecho, pues  llegó a completar la casi totalidad de los choques trabajados. 
                          El  estallido de la II Guerra Mundial (1939) trajo consigo que gran cantidad de  peloteros negros incursionaran en los campeonatos invernales de Cuba, Puerto  Rico, República Dominicana y Panamá, además de trasladarse en el verano a la  Liga Mexicana. 
                          Por  otra parte, en distintos momentos de las Ligas Negras (1920-1950), los mejores  peloteros cubanos de esa raza sentaron cátedra y como evidente ejemplo de lo  apuntado encontramos en el listado a jugadores del calibre de Martín Dihigo,  José de la Caridad Méndez y Cristóbal Torriente. 
                          Martín,  conocido por los aficionados de la época bajo el sobrenombre de El Inmortal, recibió el reconocimiento  en el año 1977, cuando el Comité de Veteranos de las Ligas Negras lo exaltó al  Salón de la Fama de Béisbol de Estados Unidos, ubicado en Cooperstown, Nueva  York. 
                          Casi  tres décadas más tarde ascendieron al pináculo de la gloria José de la Caridad, El Diamante Negro, y Cristóbal, El Bambino, Torriente, cuya exaltación  tuvo lugar en el 2006. 
                             
                           
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