Tal vez la palabra más escuchada durante los casi 11 siglos de existencia de los Juegos Olímpicos de la Antigüedad (776 a.n.e. – 394 d.n.e.) fue estadio y la misma en modo alguno definió una instalación como la utilizaron mucho tiempo después.
Entonces, estadio significaba la distancia de unos 600 pasos (192,27 metros) de la pista en Olimpia, donde el griego Coroebo de Elis resultó el único ganador en aquella primera cita competitiva.
De lleno en la Era Moderna, luego de resurgir las Olimpiadas, gracias a la feliz iniciativa del francés Pierre de Fredy, cuarto barón de Coubertin, en el restaurado Panatenaikos (1896), el creciente interés deportivo provocó un notable avance en la construcción de escenarios funcionales, entre los cuales encontramos los de Estocolmo, Suecia (1912), Colombes, París (1924) y Amsterdam, Holanda (1928).
A mediados de la década de 1960, justo el 9 de abril de 1965, el deporte de las bolas y los strikes recibió como regalo constructivo el Astrodome de Houston, Texas, capaz de relegar en capacidad y comodidades a las más sobresalientes estructuras que lo precedieron.
Otras instalaciones techadas de gran belleza y valor arquitectónico fueron edificadas en varios países y en el grupo de las más notables al Palazzo y el Palazzeto dello Sport, concebido por el ingeniero italiano Nervi dentro del programa concerniente a los Juegos de Roma, Italia (1960).
En el inicio de esta propia década, un grupo de arquitectos estadounidenses nativos de la ciudad de Houston, entre los cuales se encontraban George Kirksey, William Kirkland y Craig Cullinan, acometieron el proyecto de construir la mayor estructura del mundo para facilidades múltiples bajo techo y acordaron llamarla Astrodome.
Las puertas de la gigantesca instalación fueron abiertas el 9 de abril de 1965 con la celebración de un choque de exhibición a cargo de los Yankees de New York y el conjunto local, justo a cuatro días de inaugurarse la temporada beisbolera.
Alrededor de tres millones de personas pagaron sus boletos a lo largo de la campaña de 81 desafíos, pero el principal problema a resolver en lo adelante consistió en la grama, pues los paneles del techo fueron pintados debido a las posibles dificultades de los jardineros y ello limitaba la entrada de los necesarios rayos solares.
La solución fue una alfombra verde que parecía grama y estaba extendida sobre el terreno de juego y tomaría el lugar del césped natural. Apareció así el astro turf o superficie artificial.
Ahora bien, para conseguir un conjunto tal colosal, los constructores desarrollaron una tecnología excelente y adaptable, hasta el punto de que la cúpula quedó levantada por encima de 63 metros, capaz de cubrir todo el campo con área de 11 613 metros cuadrados.
Comenzaba una época de magnificencia, ya que las excelentes bondades fueron opacadas nueve años más tarde al erigirse en la ciudad de New Orleans el Superdome, aunque en dicho lugar no juegan béisbol, sino fútbol americano, además de diversos espectáculos artísticos.
Este Superdome perfeccionó las posibilidades en materia de estadios adaptables, mediante la colocación de palcos movibles e incluso secciones completas de graderíos elevadas con aire comprimido para hacerlas girar a distintas posiciones
La última de esas Maravillas durante el siglo XX apareció en 1989, cuando en el territorio canadiense de Toronto construyeron el Skydome, cuyos datos ofrecen a los visitantes, además del terreno beisbolero, un hotel, centro de entrenamiento adicional, bares, restaurantes y locales comerciales variados.
La cantidad de hormigón empleado es comparable a lo que necesitarían para hacer una autopista de 550 kilómetros que uniría a Toronto con la vecina urbe de Montreal, sin olvidar que el consumo de energía equivale al de 25 mil viviendas.
Entre sus características más notorias encontramos la posibilidad de subir o bajar la altura del montículo a través de gatos hidráulicos, junto al bullpen y el dogout. También la cúpula puede ser abierta o cerrada con tal silencio que la manipulación puede efectuarse sin interrumpir el desarrollo del juego.
Sin embargo, a pesar de los evidentes progresos, a través del uso de materiales más efectivos y el desarrollo de avanzadas tecnologías, al inicio del siglo XXI ofreció a los fanáticos la novedad del parque Minute Maid, un techo retractable de 80 metros de altura.
Nuevamente los Astros y los Yankees oficiaron la ceremonia de apertura, con otro partido de exhibición el 30 de marzo de 2000.
Los arquitectos recomendaron que un techo retractable era lo más apropiado y el total de 16 metros cuadrados de vidrio permite a los fanáticos observar el centro de Houston, aunque este cubierto el terreno.
Ese techo abre y cierra alrededor de 160 veces en un año normal, con la garantía de secciones de hierro que ruedan en secuencia por rieles en los lados occidentales y orientales del estadio.
Ruedas del propio material forjado y casi un metro de diámetro transportan las tres secciones de techo. Cada una de las 140 ruedas tienen frenos y 60 disponen de motores eléctricos.
Al margen de las excelencias del terreno de juego, el Minute Maid cuenta con una pizarra especial en blanco y negro, lo cual presenta al público en el lado izquierdo las alineaciones y estadísticas de los jugadores al lado izquierdo, mientras en el derecho saltan a la vista gráficos y animaciones.
En lo referente al sonido, 400 parlantes están distribuidos por las áreas de asientos y otros mil aparecen en los pasillos principales de la instalación.
Con los asientos angulados hacia en terreno de juego, los fanáticos quedan ubicados lo más cerca posible a la acción y, por ejemplo, en las líneas de foul en el lado derecho e izquierdo la distancia es de dos metros.
Los fanáticos en busca de mejores opciones en este estadio encuentran además asientos encima de la acción, varias amenidades únicas como el Minute Maid Squeeze Play, el patio en el jardín central, vistas panorámicas del estadio y una vista espectacular del centro de Houston.
Una de las secciones preferidas es la de los Asientos Crawford, ubicada en el jardín izquierdo. Esta área provee a los fanáticos con una perspectiva única a como se siente ser un jardinero en las Grandes Ligas.
Por supuesto, la inversión multimillonaria impone la recuperación en el menor tiempo posible y para lograrlo, los fanáticos asistentes constituyen el sostén básico, al pagar los precios de boletos, consumos de alimentos, parqueos de autos y la compra de souvenires.
En idéntica medida, las grandes firmas comerciales pagan exorbitantes cantidades por los anuncios y, en muchos caso, el nombre del parque es arrendado a perpetuidad.
Los nombres originales son cambiados por dinero, con el nombre de las empresas. Tal es el caso de la Coca-Cola que pagó 100 millones de dólares por ponerle el nombre de Minute Maid Park.
Dentro de revolución constructiva y remodelación, Nueva York no podía quedarse al margen luego de que otra gran franquicia, San Luis, Missouri, inauguró con 400 millones de dólares en el 2006 su nuevo y flamante estadio, el Busch Stadium.
Los Yankees y Mets tendrán sus nuevas moradas: El nuevo estadio de los Mulos está valuado en 800 millones de dólares, mientras que los Metropolitanos en 615.
Al nuevo estadio de los Yankees se le quiere dar un aspecto similar al que tuvo el original, edificado en 1923 y que fue sometido a una amplia remodelación a mediados de los setenta (1973) y de cuerdo al proyecto, sólo la pared exterior del estadio será una réplica de la del Yankee Stadium original.
En el caso del próximo estadio de los Mets, lo interesante es que quieren tener un escenario a semejanza de aquel Ebbets Fields que perteneció a los Dodgers de Brooklyn hasta antes de mudarse en 1958 a Los Angeles.
¿Qué le parece amigo? El nuevo milenio rebasa límites tecnológicos y económicos en el mundo de los poderos, tiempo que en los escenarios competitivos los atletas baten marcas, pero las reales amenazas del uso de esteroides anabolizantes y el profesionalismo imponen reglas inviolables a los seguidores de cualquier disciplina.
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