Aunque la pizarra definitiva marcó una clara ventaja de 10 x 6 favorable a Japón, lo sucedido sobre la grama del Petco Park estadounidense dejó completamente satisfechas a las 42 mil personas que repletaron los graderíos y también a millones de compatriotas que en casa apenas pegaron los ojos en la noche-madrugada del 20-21 del mes de marzo.
El abridor derecho Daisuke Matsuzaka, seleccionado el Jugador Más Valioso del certamen, permitió apenas una carrera en cuatro entradas e Ichiro Suzuki, anotó tres veces, guiaron a Japón al primer gallardete internacional desde la Copa Intercontinental, celebrada en Barcelona, España (1997).
La final fue un careo entre la potencia asiática del béisbol, donde la popularidad del "yakyu" (béisbol) supera al fútbol y otros deportes, y el campeón olímpico y mundial.
Más que el resultado e incluso de las valoraciones acerca de lo sucedido en el encuentro, lo importante a considerar es el comportamiento de la escuadra nacional a lo largo del torneo, pues como alguien sentenciara cierta vez:"Un juego lo gana cualquiera".
Si alguien pone en duda lo anterior basta apuntar que el balance de los enfrentamientos bilaterales ofrece una amplia ventaja de 33-5 favorable a los caribeños en 34 años de confrontaciones en diversos escenarios.
Sobre el terreno, los ahora vencedores exhibieron buen tacto y velocidad, elementos decisivos para aprovechar las mínimas brechas del pitcheo contrario en el episodio de apertura –anotaron cuatro veces- y de la defensa en la parte alta del noveno –pisaron la goma otras cuatro-.
Los cubanos llegaron a San Juan dispuestos a presentar sus incomparables credenciales: tres títulos olímpicos y una medalla de plata en cuatro presentaciones oficiales, desde el compromiso de Barcelona, España (1992), hasta la reciente victoria en la capital griega, así como 25 galardones en campeonatos mundiales. Además, desde 1951, siempre finalizó primero o segundo en todos los torneos en los que participó.
San Juan resultó el los méritos apuntado, otros tantos en los comentarios preliminares cuestionaron la absoluta validez, pues se trataba de un béisbol amateur, carente de verdaderos jugadores en toda la extensión de la palabra. “El asunto es demostrarlo aquí, ante los profesionales…”, dijeron. Ah, y en ningún momento le concedieron a Cuba la más mínima posibilidad de pasar de la primera ronda clasificatoria.
Sin embargo, a lo largo de las seis jornadas celebradas en el parque boricua Hiram Bithorn, la tropa del mentor Higinio Vélez chocó en cuatro ocasiones con las tres potencias latinoamericanas de la pelota rentada: Puerto Rico (2 x 12 y 4 x 3), Venezuela (7 x 2) y República Dominicana (3 x 7) y las dos primeras quedaron en el camino.
De lleno en el Petco Park, en San Diego, los cubanos tomaron la revancha frente a los dominicanos y el triunfo de 3 x 1, sellado por las excelentes labores monticulares de Yadel Martí y Pedro Luis Lazo, colocaron al seleccionado en la Gran Final contra Japón. No hace falta decir más. A quitarse el sombrero…
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